Me gusta crear de todo lo que pueda. Y este gusto me acompaña desde siempre y a todas partes; así que escribo, cocino y hasta he incursionado en la carpintería sencilla; de dibujar, pues un poquito. Y si hay algo que me lleva y me trae por recuerdos de toda mi vida es la costura.

Hacía ropa a mis muñecas junto con mi mamá. Cuando tenía apenas seis años, ya cosía en la máquina Singer de mi madre; y cuando ella la tenía ocupada, yo le robaba retazos de tela y cosía a mano. Cosía de todo lo que se me antojara, aunque rara vez quedaba como lo había visto en mi cabeza.

Mi primer empleo como costurera freelance fue cuando tenía 11 años; estaban de moda unos lazos para el cabello (de organza y chifón) que, siendo honesta, eran horribles, pero cómo calaron. Un día hice uno para mí, porque en aquel entonces los veía preciosos, y me fui a casa de una amiga. Todos preguntaron por el lazo y se sorprendieron de que yo pudiera hacerlos siendo tan pequeña. La tía de mi amiga me propuso venderle por docenas. Y así fue. Con lo que gané me compré muchas cosas, entre ellas mi primer radio grabador con casetera. Recuerdo que iba a Camel y compraba coqueterías de niña, accesorios y maquillaje que no me dejaban usar.

Cinco años después, aprendí a cortar y coser kimonos para artes marciales y ropa deportiva para ejercicios aeróbicos. Hice muchas, muchas piezas. Tenía dieciséis cuando empecé y estuve haciéndolo por un poco más de dos años. Luego la universidad no me dejó tiempo para mucho más y la costura quedó solo para la familia.

Hice ropa y disfraces para mi hijo y para casi todos mis sobrinos. En esas fotos de reuniones familiares, cumpleaños y fiestas de Carnaval del colegio, por allí en un rinconcito de la memoria estoy yo con mi cinta métrica, mis cajas repletas de hilos de colores, elásticas y encajes, broches, botones y, por su puesto, mi máquina de coser, que era una de las máquinas Singer de mi mamá. Aún la conservo. Mostraría una foto, pero la tengo aún en casa de mi padre (en el depósito). Y aunque estoy solo a cinco minutos, por causa de la pandemia, solo llego hasta el porche a dejarle el mercado y las medicinas.

Cuando cumplí 23, compré mi propia máquina de coser (Singer). Aún la tengo y nuevecita. Recuerdo que cuando la compré recibí un descuento especial porque el dueño de la tienda había sido un querido compañero en el Liceo Sucre. Hoy pueden ver mi máquina puesta en la vieja mesa Singer de mi suegra. Sentarme allí simplemente Zen. Allí confluye toda mi vida.

¿Así que que les parece? Creo que si se viene un cataclismo y me hacen correr, me llevaría mi máquina de coser. Y se me la puedo llevar con mis maletas de costura, sería perfecto.