-Buenas tardes, madame Pereda, quiero que me haga un corte número 24 y me sequé el cabello. Dijo la señora Pato mientras miraba a la dueña.

París estaba paralizada. ¿Qué era eso de corte número tal? –pensó. Por un instante incluso quedó muda. Pero se repuso del asombro y con un gesto de su brazo le señaló a la señora Pizza Pato que se sentara en una silla frente al espejo.

Todas las clientes empezaron a hablar con la discreción de no mencionar a la citadina en sus cuentos.

Entre tanto el cabello plateado de Pizza Pato empezaba a ser roseado con agua para luego aplicar el corte desconocido. París, queriendo conversar, le dijo:

Es la primera vez que usted viene para acá. Es un honor para mí tenerla entre mis clientes. He oído que usted vivió en París, yo me llamo así porque a mi mamá le gustaba esa ciudad y me pudo ese nombre.

Todo fue dicho con cierto nerviosismo.

¿Y de dónde viene su nombre?, preguntó París.

La peluquería estalló en risas, al tiempo que una voz sobresalió:

¿Y el apellido?

Pizza Pato se levantó inmediatamente y sacó una pandereta de su cartera. La empezó a tocar rumoreando un rezo extraño y al terminar salió por la misma puerta que había entrado.

Las mujeres, muertas de la risa, siguieron en la peluquería inventando historias del origen del nombre de aquella mujer.

Fueron repartidos cuadritos de pizza y un coctel de piña para celebrar la ocasión en que la cliente de mayor alcurnia del pueblo había entrado a la peluquería.

Allí inició la tragedia.

Todas las clientes quedaron intoxicadas. Cuatro de ellas murieron sin que ningún médico pudiese explicar el por qué.

Las que lograron salir del estado de gravedad solo pensaban en Pizza Pato y su pandereta, pero no se atrevieron a contar lo ocurrido.

Desde ese día cada vez que se oía el sonido de la pandereta en la casa de Pizza Pato los estómagos de las mujeres, que estuvieron esa tarde en la peluquería, ardían con intenso dolor.

Al pasar el tiempo, Paula padecía de una rara enfermedad estomacal, según el diagnóstico médico.

Decidió irse del pueblo con la convicción de que tenía un embrujo causado por la maligna mujer de cabello plateado.

Su nuevo lugar para vivir no cambió nada en su vida. Ella y otras las mujeres que sobrevivieron a la intoxicaron quedaron sometidas al dolor, de por vida, al ritmo de una pandereta que sonaba cuando una mujer caminaba al son de Pasito Tun Tun.

Espero haberles causado algo de miedo.

Saludos Infinitos y gracias por leerme. Espero sus comentarios.

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