Susana daba saltos, pisaba los charcos salpicando las hojas de su cuaderno. La sensación de travesura mantenía su esencia de niña. Yo escuchaba los sonidos que producía la cantidad de agua que caía, también imaginaba los chasquidos de sus pies al meterlos por debajo. Por momentos deja de existir la “vergüenza” impuesta por prejuicios de clases sociales.

Mi mente relacionaba los momentos de mi niñez donde quería descubrir que había en el fondo, ver caer las gotas mirando hacia arriba, entonces aprovechaba de hacer un barco de papel y lo ponía para que navegara corriente abajo lleno de aventuras en mi cabeza.

Me fui por un instante viajando sin olvido sobre aquellos días sencillos donde perder el tiempo, era ganar algo propio sin problema alguno. Mis padres, andaban ocupados trabajando tal como la madre de Susana a diferencia de otras labores. Más temprano que tarde todos tenemos que jugar a atravesar un pequeño riachuelo sobre el concreto. Adultos ya, nos fascinamos con lo más complicado. No hay encanto que nos seduzca desde lo más simple.

El ritmo de la ciudad es acelerado. Nadie se entera de lo que pasa alrededor. Caminamos a paso forzado llenando de alboroto y desconcierto cada uno de nuestros anhelos.

Sin darme cuenta, Susana fue cubierta con un trozo de lona encerada que hacía las veces de paraguas donde su madre colocaba objetos para la venta como opción para sus ingresos. Había ternura familiar, se podía notar el cariño con que la trataba. Eso hizo de mi día una felicidad en mi pecho. No hubo reprendas, solo risas que se dejaban colar por el viento.

La lluvia ha ido despidiéndose junto al sol que languidece dentro del cielo despejado. Solo algunas gotas caen de las hojas, o de los cables eléctricos enmarañados.

Contemplo la lluvia desde el balcón asumiendo mis recuerdos en silencio