El mendigo se detuvo frente a la plaza y a vox populi, repetía:
            No coman el mango verde/
            porque es muy ácido y duro,/
            esperen mejor un poco/
            hasta que caiga maduro.

      A mí me pareció conocido por eso me senté a escuchar la próxima copla que de inmediato vino con un tono de igual medida:
            El mago verde hace daño,/
            pone a la gente jipata/
            hagan que caiga maduro/
            no metamos más la pata.

      Cuando llegó Magali me encontró repitiendo las coplas, hasta le había comprado al mendigo una docena de mangos maduros para colaborar con su economía.
      ─¡Mangos! ─Me dijo en un tono despectivo ─y ninguno verde.
Seguro creyó que eran para ella y como Magali, en verdad que era una “manga”, le sonreí y la invité a almorzar.
      ─¿Qué haremos después de almorzar? ─quiso saber.
      ─Podemos ir a casa, no sé, a mí se me antoja “manga”.
      ─Yo prefiero el mango verde, con sal, vinagre, adobo y sabroseador.
      ─Podemos empezar viendo una película.
      ─Pero tú no compraste mango verde ─reclamó.
      Me vi tentado a repetir la copla, pero temí que la malinterpretara porque como ella trabajaba en la alcaldía no quise matar la esperanza.

      A mi casa llegamos sin contratiempos. La vecina me volvió a mirar feo, pero más feo miró a Magali, debió compararse velozmente con ella y como no encontró similitudes, se soltó en comentarios malsanos que terminaron empequeñeciéndola y elevando a la “manga”, que empezaba a subir a mi cuarto donde vivía alquilado.
      Dentro no había televisor, lo había empeñado para pagar dos meses de renta; tampoco Magali preguntó por la película, quería que le consiguiera mango verde para comer con aquello que había dicho.
      ─Dejemos el mango verde para el segundo encuentro.
      ─Si no hay mango verde ni nada de lo que quiero echarle, me voy.
      Bajé corriendo hasta la esquina, pero la bodega estaba cerrada y como la única que tenía mangos verdes era la vecina, le choqué.
      ─Quiero una docena de mangos verdes. Véndamela, por favor.
      ─Ni en sueños le vendo mis mangos para que se los vaya a disfrutar con esa.
      ─¡Por favor!
      ─¿En verdad quiere?
      ─Quiero.
      ─Le regalo todos los que quiera con la condición de que me acompañe al cuarto.
      ─¡mmm!
      ─Yo también quiero tomarlo por el mango.
      ─¡hhhh!
      ─No tardaremos mucho, recuerde que su “mango maduro” lo está esperando.

      Cuando regresé a mi cuarto, Magali no estaba, me había dejado una nota: “no me gustó lo que tienes escrito en tu teléfono, me fui, siga escuchando a los mendigos que yo me voy a comer mango verde a otra parte”
      Ya no podía hacer nada; había perdido al mango maduro, me había comido uno verde sin adobo, sin sal, sin vinagre, lo único que me quedó fue empezar a repetir las coplas para no sentir cuando me terminaba de poner jipato.