Se habían topado por casualidad, por esas casualidades comunes de la vida. Ella estaba… si se vale decir, peor que la soledad, demasiado tiempo sola para su gusto. ¿Y él? ni se diga, nunca se le había conocido mujer y eso que estaba entrado en años. Esa noche no hubo palabras para conocerse, esa noche no fueron bellos ni feos, fueron solo dos.
      Se habían saludado con el caer de la noche cuando se encontraron en el camino. Descubrieron que iban al mismo lugar, y por esa costumbre de los arrieros al juntarse, marcharon uno al lado del otro, mirando la distancia tragarle los pasos y de vez en cuando, el monte, las miradas.
      En algún momento ella le había mirado disimuladamente sus facciones, pero no había logrado reconocer ningún rostro en el rostro de él, no estaba frente a un mujeriego porque aquella cara solo tenía ojos para el andar. Él no la había mirado ni siquiera para recordar que ella iba a su lado.
      Así llegaron al pueblo, cada uno cruzó para un lado, pero ambos llegaron al mismo lugar porque en aquel sitio había solo una casa, con una sola puerta y se esperaba que adentro estuviera un hombre solo.
      ─Tú no puedes entrar porque es a mí a quien esperan ─dijo ella.
      ─Lo de adentro es mío.
      ─Tendrás que volver otro día, el hombre que me espera dijo que viniera sola.
      ─Yo también ando solo.
      ─¿Acaso estás muerto?
      ─¿Acaso no estoy frente a ti?

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Fuente

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      El hombre abrió la puerta y la mujer entró de calavera, se había descubierto como lo que era, la Sayona, pero no había causado ningún efecto en el hombre, no había miedo en él ni siquiera el más mínimo gesto de horror; se había sentado en la cama y a ella le pareció una invitación atrevida, pero se dio cuenta de que él seguía ignorándola y solo para no sentirse defraudada, le preguntó quién era.
      ─Una sombra ─dijo, y mostró el saco de huesos.
      Ella volvió a su forma humana, estaba frente a alguien a quien podía entender y que la podía escuchar, pero no hablaron porque en silencio se supieron afines, maldecidos por la misma causa, condenados a los mismos suplicios, encadenados por la eternidad; no fueron distintos esa noche, no podían serlo aunque ambos hubieran deseado una sola caricia, estaban marcados por el mal y no tenían derecho a un solo gesto de amor.
      Cuando la mañana entró con el sol hacía rato que ya no estaban.

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     A la casa entró Juan, el hombre que vivía allí; esta vez había llegado con una india a la que logró comprometer anoche, en la fiesta y por la que no se había venido a dormir a casa. Entraron y él quería consumar lo suyo, pero la india vio una prenda íntima tirada en la cama y sospechó de Juan y como él no supo explicar de dónde había salido aquella prenda, ella no cedió y con el mismo sol con el que llegó, se fue.
      ─¡Maldita bruja!, ─dijo Juan, mientras levantaba la prenda íntima con la punta de sus dedos. ─Si hubiera sabido que anoche viniste buscarme para esto, no pierdo el tiempo con esta sonsa india, y guardó la prenda debajo de la almohada para sentarse a pedirle a Dios, que por favor, no dejara de mandar a la dueña de las pantaletas.

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Agradecidos con @marlyncabrera, @marcybetancourt y @solperez por realizar este tipo concursos, sin duda sirven para promover nuestro folclor literario, para animarnos a seguir escribiendo y para recordar que nunca dejaremos de ser venezolanos. Éxitos a todos los participante e invito a los que quieran participar en el concurso.