Cada mañana, el ritual es el mismo: una mirada al espejo mientras intento domar mi cabello rebelde que parece tener vida propia. Hoy, sin embargo, mi reflejo parece querer decirme algo más. Me detengo, observo y me doy cuenta de que tal vez no se trate sólo de pelos indomables.

Bueno, empecemos diciendo que mis ojos, a pesar de las noches de insomnio que paso buscando el sentido de la vida entre mis pensamientos, conservan una chispa de alegría. Luego están mis manos, herramientas increíbles capaces de transformar el café en poesía cada mañana. Y no olvidemos mi sonrisa, capaz de disolver las tensiones, aunque a veces prefiera esconderse detrás de una máscara de seriedad.

Ah, los clásicos: esa barriga que testimonia mi amor incondicional por una buena cerveza un sábado por la noche, el cabello que decide ser liso u ondulado según el humor del día, y tal vez, esos pies que me recuerdan que soy Ya no soy el deportista del pasado.

¿Tocino? Puede que haga más ejercicio, o quizá no, porque la cerveza con mi pareja es demasiado buena. ¿Cabello? He aprendido a amarlos tal como son, en toda su imprevisibilidad. Los pies... bueno, no voy a rehacer lo que ya se hizo, así que diría que estamos bien como están.

Vuelvo a levantar la vista, nos miramos, nos desafiamos, a veces nos sonreímos. Ese reflejo, con todos sus "defectos", soy yo. Y en un mundo que corre rápido, donde la apariencia parece contar más que la esencia, elijo reírme de mí mismo, amarme por lo que soy: una obra en constante evolución, perfecta en su imperfección.

Al final, ese reflejo en el espejo no es más que el relato visual de mis batallas, mis alegrías, mis noches de bebida y a veces de insomnio. Es el testimonio de un alma que, a pesar de todo, no ha dejado de buscar la belleza en las pequeñas cosas.

Y así, con una sonrisa, salgo de casa, lista para afrontar mi único día de hoy. Porque si algo he aprendido es que lo que importa no es lo que ves en el espejo, sino cómo eliges mirarlo.

Every morning, the ritual is the same: a look in the mirror while I try to tame my unruly hair that seems to have a life of its own. Today, however, my reflection seems to want to tell me something more. I stop, observe, and realize that perhaps it's not just a question of untameable hair.

Well, let's start by saying that my eyes, despite the sleepless nights spent searching for the meaning of life among my thoughts, retain a spark of joy. Then there are my hands, incredible tools capable of transforming coffee into poetry every morning. And let's not forget my smile, capable of dissolving tensions, even if sometimes it would prefer to hide behind a mask of seriousness.

Ah, the classics: that belly that testifies to my unconditional love for a good beer on a Saturday night, the hair that decides to be straight or wavy depending on the mood of the day, and perhaps, those feet that remind me that I'm no longer the sportsman of the past.

Bacon? I might exercise more, or maybe not, because the beer with my partner is too good. Hair? I have learned to love them as they are, in all their unpredictability. The feet... well, I'm not going to redo what's already been done, so I'd say we're fine as is.

I look up again, we look at each other, we challenge each other, sometimes we smile at each other. That reflection, with all its "flaws", is me. And in a world that runs fast, where appearance seems to count more than essence, I choose to laugh at myself, to love myself for who I am: a work in constant evolution, perfect in its imperfection.

In the end, that reflection in the mirror is nothing more than the visual story of my battles, my joys, my drinking and sometimes sleepless nights. It is the testimony of a soul that, despite everything, has not stopped looking for beauty in small things.

And so, with a smile, I leave the house, ready to face my only day today. Because if there's one thing I've learned, it's that it's not what you see in the mirror that matters, but how you choose to look at it.