Ellos tenían su casa, las necesidades cubiertas y tierras para sembrar, además de animales. La cosa iba bien, pero sus sueños eran otra cosa. Una vez, un barco mercante se acercó a la costa y el marinero más hablador llenó la mente de este joven de minas de oro, ropas caras, edificios y ferrocarriles modernos, y mil cosas más de la vida nocturna llena de demonios.

Y Adonilfo, nuestro personaje, ya no se conformaba con ver las gallinas andar o la leche de la vaca y el campo tan cambiante por el clima. Poco a poco empezó a hartarse de su vida, de su casa, y quería ir por los sueños implantados por ese marinero.

Entonces, lo habló con su familia, juntó sus cosas y salió al mar en busca de diversión y la vida de los ricos, sin querer volver más a la pobre y aburrida vida del campo, con su familia.

Viajó y llegó al otro lado, empezó a buscar trabajo y consiguió un empleo limpiando las calles. Así empezó, hasta que dio con la gente de las minas de oro. Arregló trabajar para ellos y sus sueños se fueron enfocando. Se reunieron y se fueron a otro lugar bastante lejos, donde estaba la mina de oro, y los ojos de Adonilfo brillaban como dos faroles. Le explicaron lo que tenía que hacer y que recibiría su comida y, al finalizar, su dinero. Así que feliz trabajaba y comía todos los días, y en el lugar había clima de fiesta. Así pasaron los meses y no había dinero, pasó el año y no había dinero. Al final, terminaron de sacar todo el oro y escaparon sin pagar a nadie.

Además, a los jóvenes que llevaron, los llevaron a otra mina a hacer lo mismo, y ya no creían nada, pero los amenazaban y los convertían en esclavos por la comida. Y si estaban rebeldes, los encerraban y los dejaban morir de hambre. Así que la vida se volvió una porquería, trabajaban de sol a sol solo por la comida y ya no había fiestas ni nada, solo vida de esclavos. Y después de un tiempo reflexionó y dijo: "Mi mamá".