En la obra El grito del pintor noruego Edvard Munch (1863-1944) todo parece desprenderse de una sola línea que comienza en un lugar indefinido del cuadro y que se va expandiendo por todo el lienzo hasta convertirlo en un gran conjunto de líneas curvas envolventes, dinámicas que lo encierran en una especie de sensación sonora perturbadora, morbosa, desesperante.

_{El grito. Edvard Munch, 1893}
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Es un grito. No sabemos si procede del exterior o si es el alarido del personaje de cara sinuosa, cadavérica, boquiabierta, de ojos aterrados, que tapa sus oídos con sus manos como queriendo huir del estruendo que no parece afectar a las dos siluetas detrás de este; ellas caminan serenas, ajenas al ruido que marca la escena, vestidas de forma similar en el color negro de los trajes y en la altura y complexión de sus cuerpos, una muy cerca de la otra. Tampoco sabemos si una va y la otra viene, o si se alejan o siguen al personaje central.

Podemos imaginar, por la expresión de la cara descolocada del personaje principal, que este ruido se expande en ondas sonoras repetidas, agudas, chillonas, hasta alcanzar altos niveles de intensidad que martirizan los sentidos, para luego descender a registros bajos, que retumban en el pecho, en los oídos, en el cuerpo frágil y delgado que agoniza ante esta presencia sonora desbordada de impiedad.

El cielo naranja se vuelve dramático, color de lenguas de fuego quemante, matizado por anaranjados más cálidos, menos agresivos, atravesados por algunos trazos azules en franco contraste con el tono rojizo predominante. Más abajo, un fiordo con lo que parecen ser dos botes en la superficie, se ve cercado por una fuerza telúrica que se proyecta sobre él, amenazante, con fuerza.

Nos preguntamos si el grito se desprende de la voz de esta figura desquiciada, o si por el contrario es producto de una gran desesperación existencial; quizás su origen esté en su psique, en su conciencia, en su mundo interior agobiado, tembloroso, abrumado que busca una respuesta ante la inminente muerte, la inevitable soledad, la pérdida amorosa o la posible enfermedad.