La mujer suelta la mirada hacia la lejanía con la esperanza de que ocurra un acontecimiento. Erguida, con actitud estoica, de pies descalzos bien plantados sobre el muelle, además de mantener a su pequeña niña en brazos, envía su mirada pragmática que se clava en la lontananza, como escudriñando en el paisaje marino lo que está por suceder.

_{La espera}
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La escena es simple, limpia, con pocos elementos alrededor, pero contundente. Los escasos objetos que rodean a la pareja femenina hablan por sí solos. Casi todos están conectados con el tiempo, las nubes, las aguas movidas, el cielo cargado de posible tormenta. La brisa mueve los vestidos y los cabellos de la pareja amorosa, mientras que la hija toca con ternura el pecho de su madre y la observa, aprendiendo el significado de la espera, que no es más que esperanza en un acontecimiento futuro que debe suceder para calmar la angustia de no saber qué va a pasar, cuándo, cómo.

Hay en los ojos de la mujer una cierta duda, que parece aplacarse al fijar su mirada allá, a lo lejos. Sabe que pronto alcanzará lo que anhela, lo que necesita para el bienestar de ella y de su niña. Y aunque la espera sea una de las representaciones más claras de la angustia en el ser humano, la mujer de esta obra, expresa confianza en que lo que espera seguro se dará, todo en medio del ambiente intenso del mar movido y de las nubes oscuras que anuncian tempestad.

Quizás está a la espera de su ser amado, del padre de su pequeña, de esa persona en la que confía y con la que siente seguridad emocional, compañía, amor, pasión. Así, lo que más importa puede que sea celebrar la llegada de la persona con la que comparte el lazo amoroso de ser padres, de tener una relación familiar, que brinda seguridad y confianza a los integrantes de su núcleo íntimo del hogar.

Tal vez, su espera no es solo la espera simbólica del amor, sino que aguarda ese bote cargado de pescado, fruto del trabajo de los suyos, que plenarán de alimento su mesa en los días sucesivos. De ello son testigos la cesta vacía que reposa a un costado de sus pies, junto con dos piezas de tela para cubrir la vianda, cuando arribe, pronto, y colme de tranquilidad a la terna familiar, recogida de la lluvia, en torno a la mesa, en el calor del lar.

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