Verónica había dejado su tierra natal hace dos meses. La situación era insostenible en aquel país donde nació. Le tocó reinventarse y pensar, buscar otras opciones. Se podría decir que fue una migración pseudo-forzosa. Entre un querer y un no querer se iba definiendo todo. Hasta que finalmente pasó. Juntó las ganas, las esperanzas, los sueños, los recuerdos, los aromas y los miedos con algo de ropa y dinero en aquella maleta de 23 kg. Y de equipaje de mano su cuatro iba portando. Se quedó en el mismo continente, pero se movió hacia el Norte, sin llegar al polo.

Muchas diferencias encontró en ese interesante viaje que decidió emprender. Para empezar, el idioma era distinto y desconocido, cuando lo escuchaba parecía un zumbido, un ruido de fondo. Poco a poco fue relacionándose con el entorno. Pero había cosas muy contrastantes como la temperatura. Luego de vivir en el oriente de Venezuela donde la temperatura llegaba a alcanzar los treinta y pico; Verónica pasó a usar bufanda, guantes y pasamontaña y a una sensación térmica de hasta -40 °C. Una sensación de soledad, silencio y blanco, algo completamente diferente al ambiente bullicioso, color y sol tropical al que estaba acostumbrada.

Cada día iba aprendiendo la cultura y los idiomas. Ya podía decir algunas cosas en inglés y francés. Conoció otros latinos, pero la mayoría no le hablaba en español, ¿Será que habían olvidado su origen?, ¿Será que ella misma estaba cambiando y lo no notaba? Se le estaban helando la sangre y el corazón en ese invierno continuo. Verónica estaba preocupada no quería olvidar nada. Un día asistió a una reunión en casa de Mariluz y fue sorprendida cuando la recibieron con arpa cuatro y maracas en una fiesta encendida que le derritió la nieve que le distraía el alma.

---

---

---