En la juventud alborotada, sentía mi alma apasionada por los placeres de la vida que me hacían sucundir, ante las tentaciones de una vida alocada. Donde solo me quebrantada la mirada triste de quienes me amaban.

Pensaba que yo era el capitán, quien comandaba este barco que abordaba. Pero un día comenzó mi tormenta, al ver que se soltaron las cuerdas que sostenían las velas, que la ruta de mi vida guiaban.

Fue entonces, cuando me di cuenta que ya mi vida no era lo que esperaba. Que estuve en la Popa del barco sosteniendo un timón dislocado que me llevaba de lado a lado en una vida sin control, donde los vicios casi me ahogaron.

Pero luego encontré unas manos, que sostuvieron el Obenque y con una voz sutil en mi mente comenzó a guiar mis pasos.

¿Que haces hijo pródigo? Sólo en un mundo tan sórdido, si del otro lado estoy yo, quien con palabras de aliento y fortaleza en el corazón te guia hasta la Proa del barco para apartar con fuerza las aguas que hoy casi te ahogan.

Esa voz que resonaba en mi corazón, y me hicieron regresar a ese hogar, donde solo me dieron amor que yo había retribuido con dolor.

Y ya sentado en frente de aquel oleaje leve, mi vida se hizo apacible, después de la gran tormenta que dejaba a mi alma en pena, encontré los brazos de Cristo y sus palabras que hoy me llenan.