Los muros de piedra albergaban historias hermosas de los estudiantes que se habían formado allí. Ahora en sus paredes solo se observa la sombra de los arboles que custodian los recuerdos.

La entrada, de un verde resplandeciente añora los pasos infantiles y los columpios enlazados a las ramas.

Todos se habían marchado la última tarde de julio.

El único que quedó aferrado a su rutina fue el viejo Lorenzo. Él se negó a abandonar la que había sido su casa durante su vida.

Llegó siendo un joven lleno de sueños, vivió a la par de su trabajo en aquel colegio y su familia siempre fue la vida cíclica de los estudiantes.

Tras cerrar las puertas, pidió quedarse. No eran tiempos para estar cambiando y sabía que pronto el lugar sería demolido.

Cada día entraba a las aulas, revisaba detalles ocultos. Iniciales grabadas en algún rincón, olores a sueños olvidados y algún que otro papel doblado con certeros mensajes.

Al amanecer, despertaba con el canto de las aves y se dedicaba a cuidar las flores y el huerto que creó de la nada y que ya formaba parte de su sustento.

Así, el lugar de los muros olvidados se convirtió en un vergel útil y hermoso. Lorenzo, al contrario iba perdiendo fuerzas.

Poco tiempo después comenzó el movimiento de maquinarias que se acercaba al lugar, los ex alumnos de la escuela se comunicaron y como adultos y profesionales se propusieron preservarlo.

Recordaban a Lorenzo, toda una institución en aquel recinto, pero jamás imaginaron tal devoción y quedaron asombrados al ver su obra.

Lo buscaron entre las aulas vacías, tras los húmedos muros. Todo estaba impecable pero él no apareció.

Comenzó la recuperación en su honor y hoy en día el lugar de los muros olvidados, es un centro educativo dedicado al arte.