Le doy la bienvenida a John French Sloan. Hoy voy a intervenir su pintura con mis palabras, ¡y que me perdone!

Fuente Wikipedia

Las vecinas

Lola, concha y Graciela se dieron cita en la azotea del edificio para tender sus ropas y tomar un poco el sol mientras conversaban.

Disfrutaban de su merecido descanso, cuando surgió la conversación del cabello.

Lola, la más rubia, sufría con su lacio cabello sin gracia. Pasaba horas con bigudíes hechos de papel de aluminio tratando de enroscarse las greñas sin resultados satisfactorios.

Mientras lo explicaba podía ver la mirada de Concha un poco envidiosa, pues ella lo tenía rizado y anhelaba tenerlo liso.
El aceite de coco no le podía faltar y siempre dejaba una estela tropical a su paso.

Graciela, la más esbelta de las tres, sonreía mientras las escuchaba y dejaba que su cabellera de mechones castaños se agitara al viento en plena libertad. Se sentía orgullosa de su melena.

Como suele suceder a veces entre vecinas, las otras dos murmuraban sus secretos y querían averiguar si eran ciertas las habladurías de la gente.

Tramaron un plan e hicieron que Graciela se agachara a socorrer a Lola cuando fingió un desmayo y Concha aprovechó para acercarse lo suficiente a su cabeza para comprobar que su melena no era más que una peluca.

¡Tramposa! Le gritaron a la vez

Graciela, en vez de molestarse, sonrió y desprendió la peluca de su cabeza para mostrar su cabello corto y rizado.

Al final cada una tenía tenía sus artimañas y disfrutaban jugando con la ilusión.

Terminaron riendo juntas y dándole consejos a Concha para que cambiara el aceite de coco por aceite de oliva con un poco de miel.