Milagro de mayo. Relato infantil
Bienvenidos a mi blog.
En esta oportunidad les invito a leer un relato que es más realidad que ficción y que comparto a propósito de las festividades que se celebran en nuestro país en este mes.
Milagro de mayo
Desde que nació, me pareció que mi hermana Elisa era la niña con la mejor suerte del mundo. Pero ese día en que celebrarían la Cruz de mayo en la escuela, estuve a punto de cambiar de opinión.
Habíamos vuelto a casa a mediodía y luego de almorzar unas deliciosas caraotas con arroz y carne mechada que nos preparó la abuela, dormimos una siesta.
La abuela nos despertó al rato para que pudiéramos hacer temprano nuestras tareas escolares.
Casi nunca debo ayudar a Elisa porque ella es muy buena estudiante y hace sus tareas con gran destreza. Aunque siempre las hace al final del día… si lo recuerda.
A Ricardo sí debo ayudarlo. Él es muy distraído y siempre se queja de lo que le asignan. Si no lo ayudo, cuando mamá regresa del trabajo debe encargarse de esa labor y termina muy tarde pues mamá regresa después de las seis.
Ese día, víspera de la celebración de la Cruz de mayo, oí que mi abuela le hablaba a mamá por teléfono:
—Mañana Elisa debe llevar carato para la escuela. Me lo acaba de decir.
No escuché el estallido de la voz de mamá a través del teléfono pero la cara de mi abuela me lo reveló.
—Tu mamá dice que a esta hora no puede ir a comprar mangos; no podrás llevar el carato. —le dijo la abuela a Elisa quien había estado esperando junto a ella durante la llamada.
Enseguida rompió a llorar.
—¿Y cuándo te dijo la maestra que llevaras el carato?
—Hace unos días… pero lo había olvidado. —reconoció con tristeza.
Enseguida la abuela empezó a regañarla por su falta de atención pero casi de inmediato la consoló y le aconsejó que debía revisar siempre sus apuntes antes de sentarse a leer o a dibujar ya que las tareas escolares tienen fecha de entrega y los libros y lápices de dibujo siempre estarían ahí a su disposición. Elisa, aún llorando sin consuelo, se fue a su habitación. No tendría más opción que disculparse ante su grupo al día siguiente.
En ese momento una fuerte brisa se hizo sentir en toda la casa. Las cortinas de las ventanas se elevaron hasta el techo y las hojas secas de las matas del jardín se sacudieron formando un remolino. El móvil de arcilla que decoraba la entrada del patiecito emitió fuertes sonidos y se agitó de tal manera que una de sus piezas se partió.
Abuela me abrazó y corrimos hacia el cuarto donde estaban Elisa y Ricardo. Él jugaba sin darse cuenta de lo que ocurría y Elisa intentaba quedarse dormida. Nos sentamos en la cama de Elisa y ella se incorporó de inmediato.
—¿Ya llegó mamá? —preguntó—. Le prometí a Dios que estaría más atenta a mis deberes si me hacía el milagro de que mi mamá no me regañe.
—No, no ha llegado —respondió la abuela con toda su dulzura—. Pero ya debe venir en camino.
La brisa seguía azotando los árboles y desde nuestro escondite podíamos escuchar que algunas ramas se partían y luego eran arrastradas.
—¿Qué pasa? —preguntó Elisa.
—Una ventolera. Quizás viene una tormenta.
—¿Entonces, mañana no habrá clases?
—No lo sé. Aún es pronto para saber eso.
De pronto la brisa cesó y las voces de unos vecinos se escucharon ininteligibles.
—Veamos qué ocurrió —invitó la abuela y los tres la seguimos hacia la puerta de la casa.
Ricardo sujetó su mano derecha y caminó pegadito a ella. Elisa aún limpiaba su rostro de las lágrimas que hasta hace unos minutos salían incesantemente.
Ya estaba cayendo la noche pero aun no oscurecía del todo. Varias personas, la mayoría mujeres, estaban reunidas en frente pero mirando hacia un mismo lado de nuestra calle.
—¿Qué pasó? —preguntó la abuela al acercarse al grupo.
—La brisa tumbó unas matas en el Instituto Universitario y están cerrando el paso a los carros.
—¡Ay!... Fue muy fuerte entonces…
—Sí, en casa de Chepina también se cayó una mata. —comentó una mujer mientras ajustaba su chaleco para protegerse del frío.
—Ahí viene mamá. —anunció Ricardo y corrió hacia ella.
Nosotras nos quedamos junto a la abuela. Evidentemente, el bus no había dejado a mamá enfrente de casa por el obstáculo que habían conformado los árboles derribados y tuvo que caminar desde el instituto.
Elisa rompió a llorar nuevamente y me abrazó.
—¿Qué tiene ella? —preguntó mamá al estar junto a nosotros.
—Perdóname, mami, me olvidé de mis labores del colegio. —dijo Elisa entre sollozos— Le prometí a Diosito estar más pendiente de mis cosas.
—Pues, ahora debes cumplir porque te hizo el milagro y derribó dos matas de mango en el instituto. —dijo ella con una sonrisa— Recogí muchos mangos para hacerte el carato.
Elisa enjugó sus lágrimas rápidamente y prestó atención a la bolsa que mamá nos mostraba orgullosamente. Abuela sonrió sin dejar de mostrar su sorpresa y le quitó la bolsa a mamá. Esa noche aprendimos a hacer carato de mango y Elisa estaba feliz porque al día siguiente, llevaría su aporte a la fiesta de Cruz de mayo.
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El velorio de cruz de mayo es una festividad cuyos orígenes se remontan al tiempo de la conquista española en América. Inicialmente, era ofiiciado por los representantes de la iglesia católica, pero luego pasó a manos de los ciudadanos comunes. En la actualidad, en Venezuela, solo se practica en los centros educativos y en algunas comunidades organizadas que procuran conservar esta tradición. Originalmente iniciaba el primero de mayo con la subida de la cruz y culminaba el día 30 con su descenso, pero en los tiempos que corren, se realiza toda la ceremonia en un solo día. Normalmente el último del mes.
Los actos son amenizados con cantos folklóricos, especialmente, fulías y con la distribución de comidas y bebidas entre las que el carato es la más popular quizás porque su ingrediente principal es la fruta de temporada durante estas fiestas.
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