4to. Concurso Literario Foto-Relato / Retorno

Ayer volví a casa. Muchos años habían corrido desde que salí de mi hogar, mi verdadero hogar.
Después de saludar, de intentar ponerme al día con las anécdotas familiares, de llorar a destiempo las pérdidas de seres queridos y de sorprenderme falsamente por las mudanzas de algunos conocidos, decidí subir a descansar.
Como en el resto de la casa, todo estaba intacto. Al parecer, la suma de los años me cambió físicamente solo a mí, me envejeció solo a mí.
Ahí, en mi torre de marfil - como solía llamarla de niña y mi madre me secundaba en esa fantasía pueril - nada se había movido.
Mi habitación estaba muy limpia. Sin polvo ni telarañas en ningún rincón; sin grietas en las paredes ni olor a encierro ni humedad. Nada delataba la edad de las cosas.
Y todo en el mismo lugar donde lo dejé.

Ahí estaban mis lápices y blocks de dibujo a medio usar, mis juguetes, mis libros, mis calzados, mi pizarra, mis herramientas, mi guitarra, mis ropas.
Ahí permanecía, en medio de la habitación, esa cama con dosel heredada de mi hermana mayor y las cortinas de tul que colgaban de distintos puntos del techo como suaves estalagmitas que acarician a quienes les rozan.
Ahí seguían las marcas de mi estatura en la pared y las huellas de mis manos que estampé junto a mi nombre.
Ahí estaba ese amplio ventanal desde el cual, orgullosa y altiva, miraba el pedazo de ciudad que me pertenecía y sobre el cual yo reinaba.
Ahí también el mar, amplio, infinito. Ese mar que me invitó al viaje del que recién he vuelto.