Lalo, el hombre bajo el puente, no tiene casi nada. Solo sigue aferrado a lo que le queda de vida. Una vida limitada por una enfermedad mental severa. Los atisbos de razón que le quedan, al menos lo animan a salir por las calles mendigando ante las multitudes o para revisar los pipotes de basura por aquí o por allá. Los residuos de razón que posee al menos lo hacen buscar ciertos refugios que lo protegen de la lluvia o del frío.

Lalo quizás no se acuerda de que alguna vez tuvo padres o hermanos, de que alguna vez cuando niño, de repente, comenzó a tener alucinaciones y comportamientos fuera de lugar. Pues su cerebro funciona de otra manera. La gente lo ve reír o lo ve conversar con seres invisibles, pero para él son cosas o seres reales.

Ese es Lalo. Más pobre que él no puede haber otro, porque no tiene casi nada, ni siquiera salud. Su vida es como un objeto pesado que pende de un hilo con puntos débiles que están a punto de romperse, porque, si se llega a enfermar de otra cosa, si llega a sufrir un accidente, ¿quién se encargará de él?

Hay quienes dicen alegremente: “Los locos son los seres más felices del mundo”. Ajá, pero póngase usted en el lugar de Lalo y atrévase una noche a dormir bajo el puente. O ¿será que Lalo será demasiado feliz en medio de su soledad cuando lo ataca una virosis sin tener a nadie que le dé una pastillita?

Sin embargo, aunque sin estrés, allí está él en su situación deprimente, sin nada de nada y totalmente sin nadie y sin esperanzas. Lalo es el más claro ejemplo de pobreza extrema.

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El dibujo es de mi autoría, se fotografió con un Huawei Honor
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