El hombre se detuvo en la orilla del puente y recostado en la baranda sacó el celular y dijo:

-Chepina, ¿eres vos?

-Claro, ¿quién más va a ser? ¿Y dónde andáis, Pitágoras?

-Bueno, ando por acá en la orilla del puente.

-¿Y qué hacés por allá tan lejos del barrio?

-Es que pienso lanzarme al vacío.

-¡¿Qué?! ¿Estáis loco? Mirá, ¿y qué bicho tan malo te picó para que andéis con esas pendejadas?

-Es que ya estoy cansado de que me estéis siempre sacándome en cara las cosas.

-Pero, no es para tanto, Pitágoras. Discúlpame, pues. Y vente ya de regreso a casita. Mirá que por aquí estoy preparando un modongo con garbanzos. No seáis tan sentimental.

-¿Mondongo con garbanzos?

-Claro, mi amor. Venite ya.

-No, no. No me hagáis desistir. Ya estoy decidido en tirarme.

-Pero ¿es que no te imaginas el guamazo que te vas a dar cuando alcances el fondo?

-Es que creo que las humillaciones de la vida duelen más que los golpes en el cuerpo.

-Mirá, Pitágoras. También tengo por acá lo que más te gusta comer con la sopa: plátanos verdes fresquecitos.

En ese instante un perro se acercó a las piernas del hombre, levantó una pata y le orinó en los pies.

-Pero ¿qué vaina es esta? Un maldito perro me acaba de mear. No faltaba más. Qué molleja.

Como el perro venía paseando con los dueños, al oír lo que dijo Pitágoras, la dueña de la mascota protestó:

-¿Cómo te atreves a maldecir a mi perro?

-Bueno, señora, su perro se meó en mis pies. Ni que yo tuviera pinta de poste.

En eso se oyó la voz de Chepina en el celular:

-¿Qué está pasando allí, Pitágoras?

-Bueno, es la dueña de un perro grosero que me está regañando. Es que yo soy bastante bueno para que las mujeres siempre me caigan encima.

-Un momento –dijo la del perro-, mi Firulais no es ningún grosero.

-Bueno, señora –dijo Pitágoras-. Le aconsejo entonces que lo enseñe a que tiene que orinar en la pata de los árboles y no en mis zapatos.

-Mirá, mi amor –interrumpió la voz en el celular.

-Dime, Chepina.

-La voz de esa señora se me hace conocida. Enfócala para verle la cara.

El hombre le hizo caso a Chepina.

-¡Caramba! Si esta es doña Luisa, la señora que a veces me encarga tortas en el mercado.

-¡Hola, Chepina! –exclamó la dueña del perro- Parece que con esto de la tecnología el mundo se nos ha vuelto más chiquito.

-Sí, doña Luisa. Mire, disculpe, pero quiero pedirle un pequeño favor: Como mi marido dice que está a puntico de tirarse por el puente, dígale, por favor, que antes de lanzarse al vacío que por lo menos me deje con usted el celular de última generación que bastante carito que me costó.

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