La pareja acababa de pasar la luna de miel y vinieron a casa de don Cleto, el padre de la novia.

-¡Hola! ¿Cómo les fue por allá en Punto Fijo? –les saludó el viejo.

-Nos fue bien –respondieron los dos.

-Pero, ¿por qué andan con esas caras? ¿Qué les pasó?

-Bueno, don Cleto –dijo el esposo-, vengo a devolverle a su hija.

-¿Qué? ¿Qué locura es esa? Ni que te la hubiera vendido con garantía. Si apenas acaban de pasar la luna de miel.

-En verdad, venimos de la pura luna, porque de miel nada.

-Sigo sin entender –agregó el suegro.

-Bueno, don Cleto, Inocencia no estaba de cero kilómetros como yo imaginaba.

-Es que antes de que tú me pidieras matrimonio nunca me lo preguntaste –dijo la chica.

-Caramba –expresó el viejo mirando a la hija-. Explícame eso. ¿En qué momento perdiste el invicto?

-Bueno, papi. Eso sucedió hace como tres años. Fue que en el cumpleaños de Mamerto me dieron una mezcla de caña blanca, cocuy, ron añejo, vino y cerveza. Entonces perdí el control.

-¿Y quién fue el autor de la obra? –inquirió el padre.

-Pues no sé cuál de los tipos fue. Lo que me acuerdo es que eran cinco y no sé si todos formaron parte de aquello.

-Lo más seguro fue que al cumpleañero le tocó la mejor parte –opinó el esposo-. Y sin saber si de ahí en adelante le agarró gustico al asunto.

-Deja el sarcasmo –respondió Inocencia-. A final de cuentas, si decides dejarme, vete y listo.

-Pero, vengan acá. Tomen la cosa filosóficamente. Eso de que las mujeres tienen que estar sin estrenar antes del casamiento, eso hace miles de años que pasó de moda. Hoy en día no se le hace reparo a eso de que ya estén usadas.

-No pienso de esa forma –opinó el joven.

-Para muestra un botón: yo fui el cuarto marido de mi difunta esposa y confieso que con ella fui bastante feliz.

-Claro, papá –dijo Inocencia-. No ibas a ser feliz con ella, con todo el billete que mi madre ya tenía acumulado.

-Y hablando de billete –le dijo Cleto al muchacho-, si yo me muero creo que podrías quedar bien resuelto. El futuro, la estabilidad y la barriga llena valen más que una moto largamente rodada.

El joven se quedó en silencio, meditativo y mirando fijo hacia el techo.

-Y díganme algo –continuó el viejo-, ¿ustedes consumaron la unión durante la luna de miel? Es decir, ¿tuvieron chacachaca?

-Ay, papá. A mí me da pena hablar de esas cosas.

-Anda, dime, muchacha. No hay problema –insistió el padre.

-Bueno, este señor se montó en la moto e hizo cuatro viajes largos y tendidos.

-¡Guau! –dijo el viejo mirando al joven-. Aquí lo que hay es un tronco de piloto. Muchacho, no deberías andar quejándote por tonterías. Eso es como si uno llegara a un restaurant, se comiera todo y después llamara al mesonero para reclamarle dizque porque la comida tenía una chiripa.

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