El guardia observó algo en el horizonte y tomó los prismáticos. Parecía que alguien iba a la deriva sobre el mar. Entonces dirigió la lancha hacia aquel punto. Y al llegar se sorprendió enormemente por lo que estaban viendo sus ojos: Una mujer montada sobre el lomo de un toro, como si se tratara de una moto de agua. El guardia apenas pudo hablar de lo sorprendido que estaba, y saludó:

• Buenos días, señora.
• Buenos días –respondió la mujer con una sonrisa.
• ¿Se puede saber hacia dónde se dirige?
• Bueno, creo que voy derecho hacia Miami.
• Es cierto. Va derecho. ¿De dónde viene?
• De Venezuela.
• ¿Viene desde allá montada sobre ese animal?
• Sí. Pero este no es cualquier animal.
• ¿Cómo así? Explíquese.
• Es mi esposo.
• ¿Qué? ¿Usted se casó con un toro?
• No, con un hombre. Lo que pasó fue que primero le empezaron a crecer los cachos, y después, con el tiempo, se volvió todito un toro.
• No puede ser.
• Claro que sí. Fue que por necesidad yo tuve que trabajar como actriz de reparto, y eso a veces me hacía ausentarme por hasta cuatro días seguidos.
• En realidad no entiendo. Pero, y ese animal, digo, ¿y su esposo no habla?
• Sí habla, lo que pasa es que aún no le ha hablado a usted porque le da pena.
• ¿Y no han tenido problemas con los tiburones?
• No, para nada. Lo que hice fue comprar un pequeño reproductor de sonido, entonces cada vez que los he visto acercarse les pongo canciones de rigatón y ahí mismo se espantan. Pero en verdad los que tienen a monte a mi marido son los delfines.
• ¿Los delfines? Ellos son inofensivos.
• Sí, pero les gusta el juego y se la pasan mordisqueándole las pelotas. Debido a eso es que nos ha rendido el viaje, porque así mi esposo nada más rápido.
• ¿Y por qué ha decidido venirse navegando sabiendo el grave peligro que existe?
• Es que allá han llegado noticias terribles de los que se van por tierra.
• Creo que a usted le pueden dar refugio. El problema es que hay leyes que limitan la entrada de mascotas.
• Ya le dije. Él es mi esposo.
• ¿Y cómo es eso? ¿Cómo hacía usted para vivir con un toro como marido?
  En eso intervino el toro:
• Es verdad, señor agente. La evidencia es esta. Soy un toro que habla.
• ¡Dios mío! –dijo sorprendido el agente.
• A pesar de ser una pareja extraña, vivíamos en paz –siguió el toro-. Yo me dedicaba a la jardinería en mi ciudad. Me contrataban y les cortaba o les comía la maleza.
• Si vivían en paz, ¿por qué se vinieron?
• Bueno –siguió el toro-, nos dijeron por Whatsapp que en la Florida pagan 20 dólares la hora por cortar el monte. Mientras que en Venezuela hay que chambear cuatro días para ganarse esa cantidad.
• ¿Tienen familia en Estados Unidos?
• A nadie –dijo la mujer-. Mi único familiar es mi madre allá en Venezuela. Me dio tristeza haberme despedido de ella en aquella playa de La Guaira. Se quedó acurrucada mientras yo me alejaba sobre mi esposo.
• ¿Acurrucada?
• Sí. Me imagino que lloraba y pujaba debido al estreñimiento. Es que la harina amarilla que reparte el gobierno ocasiona tapones en el intestino. Pobrecita.
• Bueno, las autoridades de migración verán qué hacen con ustedes. Aunque lo más seguro es que el señor toro terminará como relleno de hamburguesas. Por lo pronto, están detenidos.
  La lancha arrancó lentamente porque tuvo que remolcar al toro. A lo lejos brillaban como alegres los edificios de Miami Beach. Al fin habían llegado.

Invitación: @luisaular, @mariami