Comenzaba el sacerdote a dar la misa y pasó a leer la lista de los difuntos a los que se dedicaría esa ceremonia, en memoria de ellos y para que lograran el eterno descanso. Sin embargo, hubo un sujeto que interrumpió el protocolo y le dijo al cura con voz entrecortada, debido a los evidentes efectos del alcohol:

-¿Cómo es eso, padre? ¿Cómo es eso? Usted allí no nombra a mi difunta esposa.

-Dispense usted, señor. Dígame el nombre de la difunta, por favor –respondió el sacerdote.

-Crecencia González.

-Déjeme ver –dijo el cura revisando la lista-. Lo siento, pero aquí no aparece.

-Pero si yo le pagué ayer a la vieja fea esa que usted tiene allí de secretaria en la casa cural.

-Pero ¿por qué tiene que estar diciendo que es fea?

-Bueno, no es tanto por lo fea sino porque me cobró un dólar clavado.

-Pero es que yo también necesito comer, hombre. No sea tan agarrado.

-Creo que esa señora me fregó. Bueno, el asunto es que yo pagué y, por favor, la misa va también para mi esposa. Si no, el agarrado es usted.

-Deje ya la falta de respeto, porque, si no, voy a llamar a la policía para que lo saquen de aquí.

-Si viene la policía al que se van a llevar preso es a usted por no manejar adecuadamente su negocio.

-¿Cuál negocio? Esto no es una pulpería.

-Razón tuvo Cristo cuando sacó a empujones a los buhoneros que ocupaban el templo.

-¡Monaguillo! –Le dijo el cura a su ayudante-. Anda rápido y traes la policía.

-Si al menos usted le diera a uno un recibo, pero nada de eso- opinó el borracho.

-Cuando venga a la iglesia no venga en ese estado. Las personas como usted ofenden a Dios.

-Lo mismo le digo a usted, señor cura. Usted ofende a Dios.

-¿Y quién es este otro que se quedó dormido en la silla? –el sacerdote se fijó en otro de los feligreses.

-Ah, ese es mi compadre -respondió el que andaba ebrio-. Oye, compadrito, Marcelino –le sacudió el hombro-. No te duermas.

-¿Qué pasó? ¿Dónde me encuentro? –dijo el hombre al despertar.

-Estamos en la iglesia. ¿No te acuerdas?

-Ah, okey, Roberto.

-Y parece que la policía viene en camino.

-¿Y por qué?

-Porque este cura dice que yo ando ofendiendo a Dios.

En eso Marcelino levantó los ojos y miró con rabia al sacerdote y le dijo:

-El que más ofende a Dios es usted.

-Señor Jesucristo. Lo que me faltaba –protestó el cura-. Ahora tengo a dos borrachos por falta de uno.

-Usted le estaba haciendo insinuaciones a mi hermana en el confesionario hace unos días. ¿No se acuerda? -le dijo Marcelino.

-¡Diablos! Otro loco al ataque –comentó el cura.

-Por lo menos mis locuras no las escondo debajo de una sotana.

-Bueno, esto ya se salió de los carriles –dijo el cura furioso mientras se quitaba de encima la sotana, dejando ver que debajo llevaba puesta una camiseta con el hombre araña en el pecho.

El cura se abalanzó sobre Marcelino y le tiró un puño, pero, en vez de pegarle a él, lo erró y mandó patas arriba a una señora gorda que estaba allí al lado. Entonces varios feligreses se unieron y detuvieron al cura que se había vuelto un energúmeno.

-Vámonos de aquí, compadre –dijo Roberto-. Va a venir la policía y nos va a llevar presos.

-Es lo mejor que pueden hacer, ¡malandros! –gritó el cura.

-Es verdad, compadre. Este hombre araña de repente nos va a atrapar con sus redes. Vámonos.

Los compadres se retiraron caminando abrazados a la vez que cantaban: “Hombre araña, con tu red / la justicia podrás hacer / con valor sin igual / al malvado podrás vencer / y dar al mundo la felicidad…”.

Luego Roberto le dijo en voz baja a su compañero:

-Oye, compadre. En verdad creo que aquí no es la iglesia en donde yo mandé a hacer la misa. Era en la iglesia que queda en la otra plaza.

-Ay, compadre. Esas fallas en la memoria se deben a que hemos mezclado la caña blanca con cocuy.