Eran las cinco de la mañana, hacía frío y todavía estaba oscuro. A Tulio le tocó atravesar el barrio de lado a lado hasta llegar a casa de su amigo Clímaco. Caminaba casi a tientas porque había un apagón desde hacía varias horas. Tocó la puerta y volvió a tocar porque su amigo no abría. Hasta que por fin, desde adentro se escuchó una voz:

-¿Quién es?

-¡Soy Tulio! –tenía que alzar la voz porque Clímaco era medio sordo-. Si sigo gritando me van a caer a tiros los vecinos –comentó bajito.

Clímaco abrió la puerta y con la vela alumbró entre la oscuridad. Pero al ver a Tulio lanzó un grito:

-¡Mi madre! ¡Santo Dios bendito! –exclamó casi cayéndose de espaldas.

-¿Qué te pasa, Clímaco? ¿Ya no me conoces?

-¡Grandísimo idiota! ¿Por qué andas vestido de esa manera? Te pareces una bruja de los babalawos.

-Déjame explicarte, amigo –respondió Tulio mientras entraba en la casa.

-Por poco me matas del susto. ¿Qué significa eso? Ni siquiera estamos en Carnaval ni en Haloween para que andes disfrazado. Y de ñapa en la oscuridad casi ni los dientes se te ven. Bueno, dime.

-Discúlpame, viejo. Es que la necesidad lo obliga a uno.

-¿Y qué haces con ese machete en la mano?

-Por si acaso, para defenderme del hampa, porque esos tipos no descansan.

-Si te hubieran visto de seguro que se hacen en los calzoncillos creyendo que se les apareció La Sayona.

-Mira, venía a ver si me prestabas por ahí una máquina de afeitar.

-Sí. Por ahí tengo una.

-Es que no tengo trabajo y el hambre está que me mata. Vi un aviso por ahí en la calle donde solicitan a cinco mujeres para la limpieza de un edificio. Exigen que sean mujeres.

-Pero me parece que con esos trapos blancos no te van a aceptar. ¿De dónde sacaste esa porquería?

-Eran de la última vieja que tuve.

-¿Te dejó?

-Sí. Me dejó por cuestiones de dinero.

-¿Cómo así? Si eso es lo que más les gusta a las mujeres.

-Bueno, me dejó porque me vio limpio. Más que todo por eso es que lo abandonan a uno.

-Mira, pero por aquí hay una ropa de mujer que creo te va a quedar mejor.

-¿De verdad?

-Claro. La última pareja que tuve dejó por ahí unas licras y unas blusitas tops rosadas. También dejó una peluca de pelo rojizo. De repente te vas a parecer a Karol-G.

-Oye, Clímaco. Te agradecería en el alma si me das esas prendas.

-Tranquilo, Tulio. Para eso somos los amigos. Con esa pinta seguro que te dan el empleo.

-Amén. Aunque espero que con el color de la ropa y lo ceñido en el cuerpo no me vayan a confundir con una actriz de reparto.

-Qué va. Debes pensar en positivo.

-Es que la pelazón está muy fuerte. Mi hijo me manda remesas cuando puede. El pobre anda de trotamundos de un país a otro. Ha pasado por Colombia, Ecuador, Perú, Brasil… Recientemente tuvo que dormir dos días encaramado en un árbol, porque oyó roncar un tigre por allá en la selva del Darién.

-Terrible, amigo. La vida es un eterno sufrimiento, pero a los venezolanos nos ha tocado la peor parte.

-¿Y tú en qué estás trabajando?

-Estoy de malabarista en los semáforos haciendo una torre junto a otros compañeros. Como soy el más chaparro a mí me toca encaramarme en la punta. Hace unos días me caí, pero menos mal que aterricé encima de una vieja gorda que iba pasando por la calle.

-¿Será que me puedo afeitar y cambiarme la ropa aquí en tu casa?

-Claro que sí.

Al cabo de unos minutos, Tulio se afeitó la chiva, se colocó la ropa y la infaltable peluca.

-¿Cómo me ves, Clímaco?

-Bueno, me parece que te falta un poco de nalgas.

-Ayayay. Y ahora ¿cómo hago?

-Es sencillo. Por ahí tengo algunos periódicos para que te rellenes por detrás.

Procedieron con lo del relleno y después Clímaco le roció a su amigo un chorro de perfume chino, como si fuera agua bendita.

-¡Guau! Te ves “buenamoza”. Creo que hoy vas a tener una chamba segura y te van a sobrar los enamorados –opinó Clímaco-. Y no te olvides de caminar como miss Venezuela, con estilo.

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