El recorrido del largo camino que nos conduce a la Casa del Lago, es sumamente escombroso, de tierra color amarillo que al pasar se siente el olor de humedad reciente por la llovizna que delante de nosotros dejó su huella.

Muy impaciente, aún falta mucho trecho por andar, antes de llegar a la Casa del Lago. Hogar que nos vió crecer, sentados al frente de ese paisaje de agua cristalina, observando por horas el transitar de canoas que surcan su cauce en un ir y venir, mientras transcurren las horas en espera que llegue el atardecer.

La calma que nos proporcionan ese lugar mágico, la sensación de tranquilidad profunda que nos invita a crear historias llenas de nostalgias de un pasado lejano que lucha por prevalecer en nuestras vidas, siendo el presente el que nos orilla a ver hacia el pasado y volver por ratos al momento de esperar la llegada que nos indica la puesta del sol.

Desde el ventanal, visualizando el horizonte, junto a el la puesta del sol que poco a poco se va ocultando dejando tras su claridad una sombra que en minutos oscurece el ambiente brindando espacios de sombras entre el cielo y la casa de campo.

Aquel aroma que se siente en el ambiente al respirar, aroma suave de montaña, olores que te llenan el espíritu de satisfacción de ser parte de ese sitio de ensueño. Sigue el largo recorridos, ya casi está por finalizar la travesía. Me tomó un momento para admirar a lo lejos aquella chimenea que en tiempo de frío su humo indica que el anochecer trae con el una taza de chocolate tibio, al lado de los seres queridos.

Se siente el clima natural que rodea aquel lugar, la naturaleza llena de tanta belleza dando la impresión de oír hasta el mínimo sonido de vida, desde una brisa fresca hasta el silbido de un ave que, a lo lejos se ve buscado beber un sorbo de agua para aplacar la sed que lo acompaña en su viaje antes que termine el día y con el los últimos destello de luz que nos brinda cada día el resplandor del sol, Después del Altardecer.