La casa de mi abuela en realidad no es la casa de mi abuela. Hace más de 20 años atrás, mi abuela Edilia (o mamá lila como le decimos de cariño) comenzó a trabajar en una casa de familia, era la señora de servicio, pues cocinaba, limpiaba, hacía las comprar, en fin, todo lo que es parte de ese trabajo. Afortunadamente, como es madre soltera, le permitieron vivir allí con sus cuatro hijos, mi mamá la mayor de ellos y la que se fue primero de la casa al casarse con mi papá. Al año de haber nacido yo, murió la dueña de la casa, quien no tuvo hijos, por lo que la heredera pasó a ser su hermana que no vive aquí sino en Maracaibo. Así que básicamente la casa quedó al total cuidado de mi abuela, mi bisabuela, y de dos de mis tíos que aún viven con ellas.

Mamá lila es de las personas que apenas las conoces te contagian con su alegría y energía. Siempre está de aquí para allá haciendo algo, pues dice que no se puede quedar quieta si seguro hay algo por hacer. Tiene un sentido del humor fantástico, suele ser muy irónica con sus respuestas o preguntas; fue a la escuela hasta el 5to grado, le cuesta leer y escribir y pronunciar bien algunas palabras, cosa que toma de un modo muy divertido: riéndose de ella misma y preguntando varias veces después cómo se dice correctamente. Sencillamente, es un amor.

No tendrá casa propia, pero el huerto y jardín llevan por completo su firma. Hay un gran árbol de aguacate que ella ama, lo cuida y protege como el ser vivo que es. Cuando de chiquitas mi hermana y yo la visitábamos, era un placer correr por ese gran patio y jugar cerca de la mata de aguacate, entonces ayudábamos a mamá lila a recoger esa deliciosa fruta que es mi favorita. Lo mismo con las matas de cambur y café. Todas esas actividades las hacemos con ella todavía. Excepto el jardín, ahí nadie más que mi mamá y ella se meten, porque ayayayay si dañamos las rosas.