El zapatazo pasó por encima de su cabeza y se estrelló con un golpe seco en la puerta principal del rancho. ¿Qué te has creído tú -dijo Cantalicia con las facciones temblorosas por la ira-, que yo soy una cualquiera; tú acaso me conociste a mí por ahí de brincona o me ibas a visitar a mi casa? una casa decente, de familia, como existen pocas aquí en este pueblo. ¿De dónde sacas tú que yo me veo con otro hombre cuando sales de viaje; desde cuándo te has convertido tú en un marido tan celoso y tan atrevido para decirle a una esas cosas? A Florentino, tal como le sucedía siempre cuando se encontraba ante aquellos percances que se salían de control, no le vinieron las palabras a tiempo para contestarle a su mujer y no le quedó más remedio que aguantar la ringlera de insultos imparables que brotaban de su boca. Fue cuando ya ella llevaba más de media hora peleando que al fin pudo Florentino decir, con un grito que pasó raspándole la garganta: Te vieron desde arriba y en seguida me lo vinieron a contar. Yo no lo podía creer, pero… No lo dejó continuar; sacó desde el fondo del alma una de esas risas burlonas suyas que deja desarmado a cualquiera y lo apagó de improviso con un comentario mordaz: Ah sí, miren, qué bonito. Ahora resulta que el que no creía en Dios ahora le hablan desde arriba, y qué más te dijeron desde el cielo; qué hombre tan pendejo, carajo. Y lo dejó plantado en la puerta con una mirada de desamparo que no cabía en la bolita del mundo.

Todavía a mis setenta años sigo yo trepándome en cuanta mata de coco se me antoja, nada más por la aguajería de que te vea la gente encaramado como un mono en esos palos, como dice mi hermana Julieta, pero ella y todos los demás que creen también que lo hago por bajar los cocos y venderlos, bueno, aunque algo me gano yo por eso, pero están equivocados, no se trata de los cocos ni de echármela de que yo aún puedo parecer un carajito porque soy capaz de llegar hasta el copito de esas matas altísimas, eso es lo de menos; lo que más a mí me gusta es quedarme un rato aquí arriba gozando de esa vista que es imposible desde el suelo; mirar todo el mar y los barcos que parecen unos punticos a lo lejos y después se convierten en verdaderos barcos cuando están más cerca; y desde aquí arriba puedo ver a veces, cuando todo está despejado, la otra costa y hasta el humo de las casas que se eleva enroscándose, como que estuviera haciéndome señales; también veo clarito todas las calles del pueblo; ya nadie se acuerda que yo fui el primero que vi que se estaba quemando el Bar La Estrella Dorada, y que me bajé más rápido que yo no sé quién y le avisé a todo el mundo y todo el pueblo se fue corriendo a apagar la candela; y hablando de candela, sí, yo fui el que vio, desde lo más alto de esta mata, a la mujer de Florentino que le estaba pegando cacho parejo con el hijo mayor de Andrea, y como Florentino es amigo mío, fui y se lo dije y entonces él dejó a esa mujer y se fue para Cumaná solo.