"Tendrás que regresar"
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Tendrás que regresar
Se detuvo a descansar allí donde ella le había dicho que la esperara, en el árbol centenario que se encuentra antes de que comience la ladera empedrada. Era desquiciante la belleza de aquella mujer; por unos instantes sintió que sus convicciones morales se esfumaban porque la tentación de esos ojos azules, de esos labios carnosos y de ese cuerpo que se desplazaba con armoniosa perfección lo mantuvieron irremediablemente obnubilado.
A esa hora de la mañana, él era el único cliente del hostal. El caballero que se encontraba detrás del mostrador le preguntó si iba a comer y le señaló una mesa para que se sentara. Fue cuando el plato estuvo listo que el hombre llamó en voz alta a alguien que se encontraba en el interior del recinto, mi dulce amor, sírvele su comida a este joven, y apareció ella para iluminarlo todo con su inexplicable hermosura. En seguida, cielo adorado, respondió la mujer y se dirigió con la comida hasta su mesa. Le dijo en un susurro que su nombre era Lorena y que estaba sumamente complacida de servirle todo lo que pidiese. Después le guiñó el ojo izquierdo con una inmisericorde provocación y se retiró.
Estaba confundido, era evidente el coqueteo de aquella joven dama, pero era también evidente que ese caballero era su marido y que ambos se demostraban un amor fogoso y especial; mientras él comía, los miraba sin querer besándose y acariciándose con atrevido desparpajo, apoyados en el mostrador... hasta que el hombre dijo que debía alimentar a los caballos y se retiró. Lorena vino entonces y se sentó muy cerca de él para que una desconsiderada tentación le hormigueara por todo el cuerpo. Sintió que su voz emergía desde otra dimensión cuando le respondió todo cuanto ella preguntaba sin tener conciencia de lo que decía: que su nombre era Alfonso Sánchez Lozano, que estaba por allí de paso y que se dirigía para Los Olivos, el pueblo que estaba al otro lado de la montaña, porque allí vivía su madre.
Si vas por ese sendero, le dijo ella tomándole las manos con sutileza, espérame en el viejo roble que está justo antes de la ladera empedrada. El contacto de aquellas suaves manos lo devolvieron a la realidad. Se levantó rápidamente, tomó su sombrero, su mochila, su báculo, respiró muy hondo y le respondió: No, señora, mi integridad de hombre no me permite inmiscuirme en relaciones que atentan contra la moral cristiana. Y se marchó.
Ahora estaba descansando en ese mismo sitio que ella había sugerido para encontrarse y no podía más que sonreír con desgano. De pronto sintió el galope del caballo y, apenas volteó, observó al jinete amenazándolo con una lanza; era el caballero del hostal: Quién te crees tú que eres para despreciarla, le gritó. Vuelve para que la consueles, si no quieres morir aquí mismo.
Invito a la amiga @zulma2021 a sumarse a esta edición del Concurso: Arte y Escritura.
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Gracias por sus palabras y por la verificación, amiga. Espero que ya se encuentre mucho mejor de sus malestares. Saludos...
Estoy mejor, gracias a Dios. Pero estoy tratando de llevar todo con calma. Un abrazo.
Agradecido por su apoyo...
Que inesperado final jaja, quien diría que su esposo iría a defender el "honor" de su esposa. Aquí podemos ver que lo que uno considera moral y ético no siempre es lo mismo para todo el mundo. Éxitos en el concurso, saludos
Qué buen enfoque le ha dado usted a este final: la moral puede variar, de acuerdo con las personas y las circunstancias. Gracias por sus sabios comentarios. Saludos.
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Muchas gracias por su apoyo...