¿Quién soy y dónde estoy? Reto/concurso - Semana 2 + @cruzamilcar63

En esta ocasión me arriesgo a responder las interrogantes que plantea el amigo @leonardoj333, a quien las luces de las luciérnagas le señalan los etéreos caminos del cielo para ir a buscar objetos que se iluminan con sus preguntas y se empeñan en desentrañar historias en los espíritus dispuestos a divertirse con las palabras. ¿Quién soy y dónde estoy? Reto/concurso - Semana 2, así se titula el desafío que no deja en paz a la curiosidad creativa.

Margot tomó el diapasón entre las manos y preguntó con una ingenua curiosidad ¿Y esto qué será? Rosalía, la vecina del frente, quien tenía una respuesta para todo porque todo lo creía saber, y si no lo sabía lo inventaba sin ningún problema, le respondió con una voz grave y de suma intriga: Ay, mujer, y quién puso eso ahí ¿no fuiste tú? Margot pensó en responderle que cómo carrizo iba a ser ella la que había puesto el bendito aparato ese ahí, si ni siquiera sabía lo que era, sin embargo, se limitó a mirarla con unos ojos de reproche que solo querían una respuesta a su duda. Rosalía tomó, con aires de experta superioridad, el diapasón y lo golpeó varias veces con la parte metálica de una goma de freno de bicicleta que había estado sobre el raro instrumento; luego declaró, con un tono de voz definitivo que llevaba también un llamado de alerta: a este aparato le dicen horquilla anticonceptiva. Es la forma más fácil de una mujer evitar el embarazo, porque, después de hacer la cuestión, de tener relaciones, se suena sobre el vientre y las vibraciones hacen que el útero rechace cualquier cosa que quiera entrar ahí. Ay, mujer, ¿seguro? -contestó Margot, con infinita preocupación, porque estaba segura de que fue Mercedes Sofía, su hija de catorce años, la que había colocado el aparato sobre la mesa-. Claro, vecina, tienes que dedicarte a ver más el mundo, a saber más cosas, sal de esa cocina de vez en cuando, ponte mosca con ese aparato que si no es tuyo quiere decir que es de tu hija, dijo Rosalía, mientras devolvía el diapasón y la goma de freno al mismo lugar donde habían estado.

A las cinco de la tarde, cuando Margot regresó de la reunión a la que había asistido, en la casa parroquial, el extraño aparato anticonceptivo había desaparecido de sobre la mesa. Un cuaderno abierto y unos lápices de colores amontonados en el estante de la sala denunciaban con pasmosa seguridad que Mercedes Sofía ya estaba en casa. Agudizó el oído y escuchó el ruido de la televisión encendida arriba en la habitación. No quiso subir en ese momento porque necesitaba con urgencia ir al baño, pero estaba dispuesta a tener una seria conversación con su hija, antes de que fuera demasiado tarde. La verdad era que ella nunca le había conocido novio ni nada parecido, pero también era cierto que, durante los últimos días, a esa muchacha le había dado por maquillarse demás y por pasar demasiado tiempo oyendo música y mirándose en el espejo. Fue antes de llegar a la puerta del baño cuando escuchó tres veces seguidas el claro y vibrante sonido metálico del aparato que se instaló sin permiso en su desesperación. Quiso gritar, de una vez, con todas las fuerzas de su agitado corazón, Mercedes, qué estás haciendo, con quién estás tú en ese cuarto, pero la hiperbólica ofuscación no la dejó. Antes de llegar a la escalera, ya el instrumento de su angustia había sonado tres veces más: Ay Dios mío, esta vaina es más seria de lo que yo había pensado, se dijo en tono doloroso y continuó hacia la puerta del cuarto; un segundo antes de romper la cerradura y entrar, apareció Mercedes Sofía canturreando con el aparato en las manos. ¿Y tú qué haces con eso? le dijo con la apremiante turbación que la embargaba. Naaaada -respondió su hija, alargando la primera vocal sin entender qué pasaba-; este es el diapasón con que mi tío Manuel afina la guitarra, se le quedó esta mañana ahí en la mesa. Margot entonces se volteó y salió corriendo. Adónde vas ahora, preguntó la muchacha. A buscar a la desgraciada de Rosalía, ya vengo…