Más vale comer aguacate que acostarse sin cenar:

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Esta es una expresión muy utilizada todavía en algunos pueblos del oriente del país. De mi parte, puedo decir que la escuché hasta el cansancio durante aquellos años de loca juventud por esos predios carupaneros y sus alrededores. En un principio, de acuerdo con mis indagaciones, el comer aguacate se les endilgaba a las personas que estaban siendo engañadas por su pareja, al individuo que recibía la acción de la infidelidad. Es decir, al mismo que le montan los cachos.

_{Imagen propiedad del autor, modificada con Bitmoji y PowerPoint}

A pesar de que lo he intentado bastante, nunca me ha sido posible averiguar por qué el engaño amoroso está siempre relacionado con la comida. No puedo evitar asociar la expresión de la que hoy me ocupo con la del emblemático come muslo. Claro, este se diferencia del come aguacate en que es él quien disfruta de la acción infiel, mientras este último la recibe. Por todas estas consideraciones es que me atrevo a decir -sin ninguna prueba documental, pero qué se le va a hacer- que el come muslo dejaba sin las mejores presas del pollo al pobre hombre que llegaba más tarde a alimentarse solo con una tajada de aguacate porque ya no quedaba más nada.

Lo cierto es que nadie se quedaba sin entender lo que se aludía cuando se le decía a alguno que estaba comiendo aguacate. Y a raíz de esta alegórica acción se fueron conformando otras expresiones que sazonaban el habla y eran empleadas para dejar en evidencia que se estaba al tanto de la situación. De manera que se le podía llamar directamente aguacatero tanto a la persona que era engañada como a la que ejecutaba el engaño; sin embargo, cuando se quería ser supuestamente sutil, solidario con la pena del agraviado, se le preguntaba con más ironía que respeto: "¿Cómo te gustan a ti, de los verdes, de los morados, de los criollos o de esos injertos pescuezones?"

Otros, menos considerados, con la intención de que el traicionado se espabilara de una buena vez, le gritaban con toda la chocancia que podía brotar de su voz: “No te has comío ni uno…” Los hombres más quisquillosos, por otro lado, evitaban, incluso, por si acaso, como una forma de alejar las posibles infidelidades, de pronunciar aquel sustantivo frutal que encerraba tan deshonrosas significaciones; por ello cuando se disponían a alimentarse con aguacate, con el verdadero fruto en sazón, decían me voy a comer este Dios me salve.

Ahora bien, los ancianos más sabios de Mucoelrío, ese pueblo tan malintecionadamente honesto, me confesaron que la sentencia más vale comer aguacate que acostarse sin cenar, fue emitida cuando cierto individuo, ya entrado en años, y al que nunca en su vida se le había conocido una novia ni nada parecido, le espetó a otro que venía de estar con su amante que esta le estaba dando aguacate; el aludido se lo quedó mirando, con una sonrisa maliciosa y lo hizo callar con esa frase. Le quiso decir, por supuesto, que él era traicionado porque contaba con alguien que así lo hiciera, pero que no tenía ningún valor pasar la vida sin conocer las delicias de una relación por miedo a ser traicionado o por la manifiesta incapacidad de lograr que alguien se fije en ti con propósitos amorosos. Visto de esta manera, es muy razonable asegurar que más vale comer aguacate que acostarse sin cenar.

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