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En mi apreciado pueblo oriental no se escuchaba mucho la música llanera en aquellos tiempos de mi niñez y adolescencia. Los temas que sonaban con frecuencia en las emisoras, sobre todo a primeras horas de la mañana que eran las dedicadas al folclor venezolano, pertenecían a los artistas y agrupaciones de esa región del país. Los margariteños, sobre todo, imponían la inmensa riqueza de su acervo cultural, la diversidad de sus ritmos y el amor por sus tradiciones.

La primera vez que le presté atención a una melodía llanera, fue cuando escuché la "Quirpa" que interpretaba el desaparecido Quinteto Contrapunto. A pesar de mi corta edad, me impresionaron esas voces tan bien compaginadas y la rapidez rítmica que resultaba tan agradable al oído. Me interesé, en esos momentos, por el joropo, el pasaje y toda la gama de nominaciones que se encuentran dentro del pentagrama cultivado en la llanura, pero como no existían las posibilidades que nos ofrece hoy en día la tecnología, fue muy poco lo que pude investigar sobre esas expresiones melódicas.

Algunos años más tarde, hizo irrupción Reynaldo Armas en nuestro panorama musical y sus poéticas canciones me llevaron de nuevo hacia la música llanera. A través de los temas de este extraordinario cantautor me adentré en el folclor de aquellas tierras y canté muchos de sus temas, tanto los que se convirtieron en clásicos como aquellos que no eran tan conocidos, pero que igualmente transmitían un hermoso mensaje y reflejaban la identificación especial de su creador con la tierra en que nació.

Debo decir, sin embargo, que yo no conocía el llano. Sabía distinguir los distintos golpes por los que transita el joropo, las particulares sonoridades de un pasaje, las voces y los nombres de sus más emblemáticos cantantes, además de otros aspectos de las maravillosas tradiciones de esos lares, pero nunca había estado en una auténtica parranda llanera, donde el arpa, el cuatro y las maracas sonaran para que algún coplero cantara sus versos o dos improvisadores contrapuntearan con el fin de demostrar cuál de ellos es el mejor.

Esas experiencias solo las pude disfrutar algunos años después. Cuando egresé de la universidad, el primer empleo que conseguí fue en la ciudad de Pariaguán, un territorio que pertenece al estado Anzoátegui, pero su música y todas sus manifestaciones culturales están circunscritas a la región llanera, debido a su proximidad con el estado Guárico. Allí experimenté de cerca la efusiva emoción de un parrando en el que solo se se baila y se canta joropo.

Estaba tan fascinado que quería aprender a improvisar a la velocidad de vértigo con que se fajan dos contendores a hilvanar octosílabos asonantados con envidiable facilidad y a danzar con una pareja los frenéticos compases que se puntean en un arpa. Nada de eso fue posible porque, además de que me faltaban cualidades, pasé solo un año en Pariaguán.

Después de eso, he visitado más de una vez los estados llaneros y, aunque en varias oportunidades he tenido la dicha de participar en sus celebraciones, nunca he podido disfrutar de las míticas fiestas patronales de Elorza, sin embargo, las esperanzas de que el destino me conduzca un 19 de marzo a esas tierras siempre estarán presente.

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