El calor excesivo nos obliga a consumir líquidos para mantenernos hidratados y, sobre todo, porque existen sabrosas opciones, frías o calientes, de acuerdo con las apetencias y las disposiciones de cada quien...

_{Imagen diseñada en PowerPoint/ F/ Bitmoji}

---

---

Alguna vez, cuando era un joven estudiante de bachillerato, un profesor de biología comentó en clase que el calor intenso se combatía con una bebida caliente, como el café. La explicación que dio en ese momento para argumentar su comentario fue muy simple: si introducimos al organismo alguna sustancia fría, la temperatura del cuerpo con respecto a la del ambiente se desequilibrará aún más y nuestra desazón se incrementará. Lo ideal, por lo tanto, es adaptar el cuerpo a las condiciones del entorno para evitar los impetuosos desbalances de temperatura.

Aunque tenían mucho sentido aquellos razonamientos del docente, a mí solo me han servido para referirlos a la hora de hablar sobre el frío y el calor, porque jamás los he puesto en práctica. Cuando el termostato de mi piel se descontrola por el bochorno despiadado, no se me ocurre nunca ingerir un líquido que se encuentre caliente y ni siquiera tibio; es demasiado desagradable que, mientras estamos sudando y la boca la tenemos reseca, nos tomemos una infusión que se encuentre cerca de los 100 grados centígrados.

No puedo entonces combatir el calor sino con bebidas frías. La principal es, por supuesto, el agua. Se trata del líquido más apropiado para hidratarnos y el más efectivo para calmar la sed. Pero como este elemento natural carece de sabor, de color y hasta de olor, es decir, su única gracia consiste en que es imprescindible para la vida, prefiero en primera instancia ingerir jugos, refrescos, helados, guarapos o cualquier otra alternativa que resulte más atractiva tanto a la vista como al gusto.

A lo largo de los años, y de acuerdo con mis posibilidades económicas, han venido variando las bebidas que consumo para disipar el calor. En mi época de estudiante universitario, por ejemplo, me agradaba mucho el jugo de caña. Era habitual, en esos tiempos, que lo vendieran en cualquier negocio donde se expendieran refrescos y otras menudencias; también había camiones equipados con su molino para exprimir la caña y luego envasar el guarapo para enfriarlo.

Después, cuando fui un trabajador soltero y sin mucha conciencia, tomaba sobre todo productos industrializados, de esos que solo necesitaba abrir el envase para disfrutarlos. Afortunadamente para mi organismo, fue una etapa que no se prolongó mucho. Unos dos años más tarde, me casé y en nuestro hogar siempre hemos preferido tomar jugos de fruta. Nos gustan todas, tamarindo, cambur, lechosa, melón, guayaba, naranja, mandarina, poma laca, cualquiera que se pueda batir y sea sabrosa.

Mis hijos, una vez que fueron más grandes, desarrollaron cierta predilección por el jugo de parchita y hubo un tiempo en que se hicieron fanáticos del té frío de flor de jamaica, pero eso no significaba, de ninguna manera, que fuesen a despreciar algún otro que tuviesen a su disposición para aliviar el calor.

En estos últimos meses en que las altas temperaturas han estado intransigentes, la situación económica nos conduce hacia las frutas menos costosas para nuestros batidos, como el cambur y la patilla. Además de estas, nos han regalado varias veces mangos y tamarindos, dos sabores exquisitos y refrescantes. Y cuando no tenemos ninguna fruta, optamos por el tradicional papelón con limón... Debo decir, para finalizar, que por muy sabrosa y refrescante que sea la bebida, siempre debo, en seguida, tomar agua, ya que es la única que me alivia la sed.

---

---

---

---

---

Invito a los amigos:
@norat23,
@chiquitin y
@yolyve

---

_{Nota: Todas las imágenes que no están identificadas con su fuente pertenecen al autor y fueron tomadas con la cámara del teléfono móvil, modelo: Samsung SM-A135M.}