El soliloquio del asno

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Vamos sin prisa de vuelta a casa. Soy yo quien marca el paso, quien conduce a estas dos bellezas por un camino seguro, aunque parezca lo contario. Las apariencias, quizás, indiquen otra cosa, pero es necesario siempre aclarar las situaciones.

_{Retornando a casa}

La chica que camina a mi lado no se empeña en sujetar, con firmeza, la rienda porque debe controlar mi marcha o encauzarme por un rumbo preciso; al contrario, despreocupada porque ya sus labores han terminado, distraída con la amena plática de su acompañante, amarra su mano a la soga que pende de mi cabeza para sentirse segura de su destino. Ella, al igual que todo ser humano compenetrado con mi obediente cercanía, sabe perfectamente que un cuadrúpedo como yo jamás equivoca el camino que ha transitado con anterioridad. Cualquier campesino de este mundo confía en mi infalible orientación una vez que recorro la tierra por donde sus avatares me orientan. Por ello, la mujer que camina transportando una cesta se deja llevar por la sabia mansedumbre de mi instinto.

La hermosa joven que viaja sobre mí, expresa, al mismo tiempo y con candorosa majestuosidad, la inmediatez de sus circunstancias junto a las reminiscencias icónicas de mi presencia providencial en uno de los momentos más significativos en la vida del bendito galileo que dividió la historia en un antes y un después de su predicar por este mundo.

En un principio, es solo la acompañante que, cansada de caminar, decidió continuar el sendero sentada en el humilde trono que le ofrece la confianza de mi tranquilo andar. Desde allí observa cómo se extiende el trayecto hacia un punto que ya se encuentra incorporado al mapa de mi itinerario y conversa con íntimo regocijo, desde una privilegiada altura, con la amiga que marcha a su lado. Sin embargo, la sublimidad que se desprende de su emblemática posición, desata sugerentes asociaciones que reiteran la importancia de la disciplina y la capacidad de resistencia que aportó la estirpe de los asnos a la vida del Hijo de Dios.

Sí, de repente me da por soñar, influenciado por las circunstancias, que no es este aquí y este ahora donde me desenvuelvo, sino que esta mujer que transporto lleva un niño en sus brazos y se dispone, junto al marido que camina a su lado, a emprender la huida hacia Egipto para evitar que un rey malvado asesine al hijo que después será Jesús de Nazaret. A quien, por cierto, antes de convertirse en mártir, la multitud lo aclama cuando entra a Jerusalén montado en un borrico cuya especie fue por siempre bendecida.

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Invito a la amiga @hilarymedina

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