El triunfo de la naturaleza

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La duda surgió, en un primer instante, de ese tren, o digamos más bien de los contornos de ese tren que parece dibujado por un niño, mientras que la columna de humo que emerge de su supuesta marcha da la impresión de que fue pintada por unas manos distintas. No existe correspondencia entre ese rabioso chorro blanco que interrumpe el paisaje, con una cadena interna de paréntesis marrones gigantes que intenta atrapar algo invisible, y los trazos que apenas esquematizan la máquina que lo origina.

Fuente

Las dos casitas que se encuentran al lado derecho del paisaje, están delineadas con la misma imprecisión con que fue dibujado el tren. Son dos formas esquemáticas con sus respectivos componentes coloreados para que el espectador asuma que existen allí dos edificaciones. El contraste entre estos elementos y los imponentes cerros que se encuentran al frente comienzan en seguida a convocar un tropel de elucubraciones sobre la antiquísima y apasionante disyuntiva entre la perfección de la madre naturaleza y la mano invasora del hombre que modifica, que destruye todo lo que ha sido creado por ese sabio poder emanado de una fuente, cuyos secretos todavía no han sido dilucidados por completo.

En efecto, tanto las líneas como el juego de luces y sombras de esas montañas no les dejan muchas opciones a los demás componentes del cuadro. Son tres colinas diferenciadas cada una con un color bien definido, cubriendo más de las tres cuartas partes del lienzo. A la vista no le queda más remedio que percibir su presencia monumental que apabulla, sin consideraciones, todo aquello que atestigua la presencia del ser humano. El humo denso, sin embargo, que emerge desde la minúscula locomotora se dedica a manchar, con una impertinencia descarada, el verdor del primer cerro; se trata de una advertencia en cuanto a los peligros que, sobre la naturaleza, puede ocasionar la indetenible pasión de nuestra especie por modificar el medio ambiente que le rodea.

Pero el hombre, de manera directa, no está representado en la obra pictórica, al menos aparentemente; es decir, no miramos en el cuadro ninguna persona que se convierta en testigo, que contemple el enfrentamiento entre la naturaleza y el producto de su ingenio...

Aunque si nos detenemos, con interesada perspicacia, en la parte inferior izquierda del lienzo, desde el borde hacia arriba, podemos más que mirar, intuir que los trazos del verde vegetal están dispuesto de tal forma que parecen sombras humanas, esbozadas desde un poco más abajo de los hombros hacia arriba; una pequeña procesión de siluetas que intentan escapar del cuadro. De ser así, se completaría la alegoría de la naturaleza que se impone ante el empeño de la humanidad de someterla a su total arbitrio.

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Invito a la amiga: @beatrizleon57

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