Antes de salir del pueblo, Gaspar, su hermano mayor, quien había estado dos años en la capital cumpliendo el servicio militar, le advirtió una y otra vez que tuviera cuidado porque en la ciudad existían muchos peligros para quienes no estaban acostumbrados a esa vida agitada de calles llenas de automóviles, caminantes, vendedores y gente de todo tipo que parecían andar siempre buscando cómo engañar al más ingenuo. Yo no soy pendejo de nadie, le contestó Florentino y se fue en un autobús a mirar de cerca esa realidad que desde hacía tiempo le llamaba la atención.

_{Las modelos, obra propuesta por el concurso/ Nota/ Lápiz}

Trataría de visitar todas las plazas, las avenidas y los sitios históricos. Su hermano le había dicho que subiera al cerro El Ávila, pero él respondió con una lógica infalible que dejó la amable sugerencia sin ninguna posibilidad: Carajo, mano, voy a salir de este monte un rato a conocer el mundo y tú quieres que vaya a subir cerro, tú sí tienes bolas. Pero adonde sí iría antes de ir a cualquier otra parte, sería al estadio a ver un juego de Caracas - Magallanes, anhelaba darse ese lujo de disfrutar en vivo lo que tantas veces había escuchado por la radio.

El autobús llegó al Terminal del Nuevo Circo como a las diez de la noche. A esa hora lo único que Florentino podía hacer era ubicar un sitio donde dormir. Caminó por una concurrida calle, con su maleta en la mano, tratando de no sorprenderse con los altos edificios, las luces y el bululú de automóviles para que no se le notara demasiado lo pueblerino. Solo había caminado como diez minutos, cuando divisó de lejos un letrero de neón que anunciaba con elegancia parpadeante: Posada Los Tres Platos. Y decidió entrar a preguntar.

Detrás del mostrador había un tipo raro, pero Florentino no le prestó atención porque toda su curiosidad se quedó prendada en el cuadro que estaba en la pared izquierda del pequeño salón. Eran tres mujeres desnudas que estaban ahí como si fuera lo más natural del mundo. Bueno, dos de ellas parecía que se estaban vistiendo, pero una estaba de frente con ganas de soltarse las manos para enseñarles a todos hasta la cachupina doble de su intimidad.

Absorto como estaba ante aquel espectáculo, no se dio cuenta de la chica que se le acercó y comenzó a susurrarle en el oído propuestas indecorosas. Le dijo con la envolvente sensualidad de su voz incendiaria que, en cuanto pagara la habitación, ella podría subir con él, y le detalló en apenas dos minutos el manual frenético de placer que podían llevar a cabo esa noche.

Cuando ella remató su perorata erótica con un Vamos, guapo, que no puedo esperar, fue en ese momento cuando Florentino reaccionó para preguntarle: ¿Y cuánto me vas a pagar? Ella miró a todos lados, confundida, sin saber qué decir, hasta que respondió con una sonrisa nerviosa: Señor, así no es, usted es el que tiene que pagarme a mí. El hombre del pueblo, entonces, replicó con su implacable lógica: No, no, yo no voy a pagar, porque tú eres la que me estás convidando... Y salió de allí, entre sorprendido y asustado, de vuelta al terminal para regresar de inmediato a su pueblo.

_{Invito a la amiga @fannyescobar a participar en Arte y escritura.}