Repentinamente cerró el libro que estaba leyendo porque no entendía nada de aquello. De dónde había salido ese extraño cuento que se refería a objetos y situaciones que nada tenían que ver con su entorno. Cómo podía un escritor saltarse el espíritu, las costumbres de una época para escribir con el idioma que todos conocemos un relato que no concuerda con ninguna de sus tantas lecturas. Ella, Pierina Monserrat, que solía cada tarde encerrarse en su habitación azul a brindarle sosiego a su espíritu con una buena obra literaria, se sintió sin remedio aturdida ante la sorprendente contrariedad de Yajaira Vargas, la exótica adolescente de un país llamado Venezuela.

_{Interior azul}

Paseando inquieta por la habitación, mientras el libro continuaba abierto sobre la mesa, intentaba poner en orden sus ideas. Hace apenas unos meses había leído, por mera casualidad, de un nuevo invento patentado en Estados Unidos, lejos de su adorada París, al que llamaban teléfono, el cual permitiría a dos personas comunicarse verbalmente sin que se encontraran en el mismo espacio, pero nadie, con excepción de su creador, había hecho uso de tan curioso aparato. Sin embargo, en el dinámico universo de Yajaira Vargas existían teléfonos móviles que la conectaban con el mundo entero solo con mover un dedo. Intrigada por entender hacia dónde iba aquella incomprensible situación, decidió continuar con la lectura.

Sin internet, dijo Yajaira, este es un trasto que no me sirve para nada. Necesito que alguien me preste una clave de wifi para que mi vida tenga algún sentido porque tampoco tengo datos. No he podido actualizar nada, todos los videos y todos los mensajes que tengo aquí son de hace más de tres horas. Qué podía haber pasado en ese cortísimo lapso de tiempo, pensó Pierina Monserrat, para que esta niña se sienta tan intranquila por eso; por qué no se ocupa de otra cosa sino de estar pendiente de ese aparato y por qué el destino de una chica que apenas comienza a vivir parece depender de algunas de esas palabras tan raras.

Bueno, Yajaira Vargas, se dijo a sí misma hablando en voz alta, mientras no tengas señal no puedes hacer nada, ni la tarea, ni hablar con papá porque también se te acabó el saldo, ni mirar la serie que te recomendaron las amigas y mucho menos jugar nada en la red, tu existencia se encuentra ahorita anclada en el siglo XIX. Al llegar aquí Pierina parpadeó sorprendida por completo.

No podía creerlo, esta chica sentenciaba alegremente que su inapetencia por cualquier actividad provechosa era una característica de este siglo actual, cuán equivocada estaba. Pero su sorpresa se convirtió en paroxismo cuando Yajaira Vargas, sonriendo socarronamente, aseguró con aire de superioridad: Ya sé, en cuanto tenga internet me comunicaré con Pierina Monserrat para que me explique cómo se divertían las chicas en el pasado. Ese es el personaje preferido de mi papá para imitar a Dios y para hacerme entrar en razón.

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