El arte es una prueba de amor que acorrala la paciencia hasta los más insospechados límites y anula los ímpetus con triquiñuelas de prestidigitador para que se acostumbren a los señuelos que brotan de sus trazos. En el lienzo, en ese cuadro que lo mantuvo ocupado en todo momento y estuvo terminado mucho tiempo después, un kayak surca las mansas aguas con una pareja a bordo; la mujer se parece mucho a mí, pero está sonriente, sin sombrero y el vestido lo tiene recogido más arriba de unos muslos perfectamente torneados que intentan, con provocadora evidencia, atraer al hombre con el remo en una mano y la otra señalando hacia el lejano pueblo adonde apuntan las urgencias del amor.

_{Paul Helleu dibujando con su esposa}

Yo lo hubiese dejado así, sin embargo, él necesitaba más tiempo para dibujar los dos pájaros blancos que atraviesan el cielo con rumbo a la arboleda que está cerca del puente, donde una profusión de naranjas y amarillos degradados se reflejan en las aguas como formando un pórtico especial para recibir a la pareja de aves que se refugiarán en el paradisiaco rincón que les aguarda. Según su visión artística, en la concepción de su obra se encontraba también el sombrero de la dama que acaba de brotar de sus pinceles, caído como un náufrago en el agua, olvidado por los tripulantes del kayak que acuden de prisa a cumplir con los designios de la pasión; son detalles que completan la pintura de manera magistral, pero que ralentizan mi tedio con inaudita efectividad.

Está quedando precioso el cuadro, le comento para ahuyentar el silencio y él emite un gruñido de aprobación, mientras continúa impertérrito en su quehacer. A mí entonces me da por soñar que tomo esa frágil embarcación que está detrás de nosotros y me lanzo con ella al lago para hacer realidad la escena que está plasmando en el lienzo; él deja de pintar y se va conmigo hacia ese pueblo lejano donde la comodidad de un lecho pueda perpetuar los suspiros con los arbitrarios códigos del desenfreno; mi imaginación desbocada lo despoja del atildado sombrero, lanza la gruesa chaqueta al fondo del kayak y coloca en sus manos los remos para que avancemos dichosos hacia nuestro efusivo desenlace…

De repente, él me advierte que me estoy moviendo mucho, que por mi culpa le ha salido un mal trazo que casi echa todo a perder, con lo cual me devuelve sin consideraciones a la realidad. Me aferro otra vez al silencio insípido y decido no mirar más hacia ese lienzo donde existe un paisaje lleno de presagios tan diferentes a los míos. Así, sumida en el tedio, mientras él me ignoraba por completo, nos pintó su amigo John: mi actual esposo.

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