Había muchos árboles y un lago cristalino que parecía el espejo del bosque. Antes de llegar hasta allí, caminamos un largo rato, tomados de la mano, disfrutando de un sol que aprovechaba cada resquicio que le dejaba la vegetación para brindarle su calidez a un suelo cubierto por una alfombra verde que, poco a poco, iba perdiendo la humedad para invitarnos a reposar sobre su mullida superficie. En cuanto yo miré de lejos la reverberación del agua, me solté de tu mano, mi amor, como que eso fuera lo más natural del mundo, y corrí sola por el sendero para averiguar de qué se trataba aquel brillo que cautivó mis ojos.

_{Reading Imagen propuesta por Arte y escritura.}

Qué sueño tan hermoso, amor mío, le dijo el hombre que se encontraba sentado a su lado, con el libro que iba a comenzar a leerle en ese instante entre las manos. ¿Y no sentiste miedo en ningún momento, jamás pensaste que algún obstáculo se interpondría en el camino de tus intenciones? Nada de eso, mi amor, me sentí como nunca -contestó ella con una infinita emoción en la voz-. Cuando estuve cerca del agua, miré los pececitos plateados en el fondo y las paredes del lago cubiertas de un musgo dorado que sin saber por qué los asocié con tu sombrero.

Yo estaba tratando de atrapar al que me pareció el más bello de los peces que había visto en esta vida, cuando tú llegaste a mi lado y no pudiste aguantar la risa ante la evidente torpeza de mis movimientos; entonces fingí que estaba enojada contigo y tú, para devolverme a mi anterior estado de felicidad, agarraste con tu sombrero una mariposa azul y negra que se quedó un rato sobre mi vestido blanco para después volar libre hacia las minúsculas flores que se encontraban del otro lado del lago.

Me alegro de que en tus sueños continúe siendo el mismo caballero que no te desampara y procura siempre complacerte para que disfrutes la vida plenamente, amor mío, comentó él, colocándose una mano en el corazón. Es cierto, señaló ella, pero lo mejor de ese increíble sueño fue que tú te dejabas guiar y complacer por mí. Lo más hermoso ocurrió, mi amor, cuando te tomé de la mano para irnos a sentar al pie de un árbol y comencé a leerte, en voz alta, un libro de poemas, mientras tú me mirabas con unos ojos de enamorado que me incendiaban el alma...

En el momento en que terminó de decir esto, ella comenzó a sollozar y su enamorado se levantó a consolarla. No, no, quédate donde estás, le dijo, tratando de calmarse, déjame disfrutar de este sueño en el que no soy ciega, en el que puedo mirar el mundo, en el que puedo leerte un libro sin saber leer y puedo correr con alegría por los más hermosos paisajes.

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