María Jesús levantó la mano en la que tenía la espada y dijo así como que estuviera pronunciando un discurso: Debemos salvar a la pequeña Catalina, ella solo cuenta con nosotras dos y los magos malvados, los más grandes enemigos del imperio, vienen a buscarla para desaparecerla porque no quieren que ella sea la próxima reina de esta tierra; y entonces yo lo que hice fue mover la cabeza para decirle que sí porque yo nunca sabía qué era lo que venía después y tampoco me gustaba andar llevándole la contraria.

Y María Jesús señaló hacia el frente y sentenció sin vacilar que debíamos montarnos en la carreta y que era yo, me dijo, la que tenía que amarrar los dos caballos para que arrastraran el bendito carro que huiría con la Princesa Catalina, pero yo le dije que por qué yo, que yo a esos caballos les tenía más miedo que volverlo a decir y entonces ella me quedó mirando con unos ojos que no parecían sus mismos ojos y me gritó que yo tenía que obedecerla porque ella era la jefa y sus palabra eran unas palabras que tenían que obedecerse y más nada.

Yo entonces me quedé parada sin saber qué hacer y María Jesús continuaba gritando que yo sería la culpable de que los perversos hechiceros se adueñaran del reino y convirtieran a la noble Catalina en una estatua que no se iba a mover más nunca y que si no traía los caballos tampoco podía irme con ellas dos a conocer esas tierras lejanas donde todo era más bonito y donde las niñas no le tenían miedo a nada, ni siquiera a los brujos más poderosos y que me iba a quedar sola en esta casa tan grande esperando nada más que llegaran ellos para desaparecerme para siempre.

Me armé de valor porque yo no quería quedarme sola y traje dos caballos que se veían más simpático que todos los demás y los amarré a la carreta y María Jesús se montó y agarró las riendas porque ella era la única que sabía conducir y me volvió a ordenar que subiera a la Princesa Catalina en la parte de atrás y que bajara las cortinillas porque esta era una huida que debía ser en secreto, nadie debía saberlo porque podían delatarnos ante los malvados hechiceros; después yo también me subí y María Jesús levantó sus manos y dijo arre caballo, nos vamos de nuestros aposentos y no sabemos hasta cuándo.

Pero apenas los caballos habían empezado a correr, vino mi mamá y dijo: miren, mis niñas desordenadas, bájense del baúl de la abuela, quiten esas sillas del medio y pongan, por favor, esas cuerdas en su puesto y se llevó a la pequeña Catalina porque ya era la hora de su baño y ahí se terminó la aventura.

_{Invito a la amiga @marijoluna para que se sume a esta entretenida convocatoria}