Concurso “Mi amigo o mi amiga del alma!” / @chretien
Con esta publicación me sumo al profundo concurso "Mi amigo o mi amiga del alma!" de @palabreador. Si quieres participar aquí está la invitación.
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A Manuel lo conocí en una fiesta institucional. Acompañaba, como novio, a la que era mi asistente en ese momento. Chacharachero a más no poder, terminó borracho. Tal vez incluso jugó a lanzarse del barco en donde era la fiesta que recorría la Bahía de Pozuelos en medio de la noche. El lunes mi asistente llegó apenada. Supongo que el “Ah! No te preocupes” que suelo usar en estos casos sirvió porque finalmente terminó trabajando con nosotros. Meses después se casaron.
Manuel tenía un aura particular. Era un encantador nato. Una sonrisa fácil. Una capacidad natural para conseguir que confiaras en él. Esto, que a mi suele generarme suspicacia, terminó por mostrar a un tipo que te respondía de forma positiva cuando era necesario. Manuel bromeaba conmigo con una confianza que abrumaba a su esposa. Incluso me puso un apodo “NatGeo”: Porque yo siempre tenía algo que decir sobre cualquier lugar. En ese mote estaba parte de lo que él proyectaba en mí: Era tremendamente curioso. Quería, como yo, saberlo todo. Entonces la afinidad se fue dando.
Cicerón, en su tratado sobre la amistad, el “Lelio”, señala que los sabios son aquellos que juzgan que los bienes están en el interior y que las virtudes siempre serán superiores a las vicisitudes. Esta fue una de las primeras cosas que admiré en Manuel. Un gran sentido del humor que le permitía superar los obstáculos. “Si hay que pelear, decía, dale una cachetada… Pero con la mano cerrada”. Con esto venía a demostrar que siempre había que buscar una salida creativa a los problemas. Y que con la astucia podían resolverse muchas cosas.
El mismo Cicerón señala en el “Lelio”: “Es necesario comer juntos muchos modios de sal para que todas las obligaciones de la amistad se hayan cumplido”. Una forma contemporánea de expresar esto tal vez sería: Hay que viajar y beber mucho con alguien para conocerlo. El borracho no miente, dicen. Si se rasca y no se mete con tu novia es confiable, podríamos añadir.
De entre los encuentros mediados por Baco hay uno especial. Una botella de etiqueta verde que nos bebimos en la orilla de Playa el Agua. Habíamos viajado a Margarita, él, la Beatrice y yo, en un viaje de ida por vuelta, a acompañarlo a que comprara las cosas necesarias para el nacimiento de su hijo. Al terminar le dije: Hoy antes de montarnos en el ferry hay que tomar algo especial y compré aquello. Y allí, con las olas rompiendo detrás, Manuel nos habló de esa emoción que sentía por la pronta llegada de su pequeño. De sus miedos. Pero sobre todo de lo que anhelaba amarlo.
Señala Montaigne, en una de esas memorables páginas de sus “Ensayos”, “En la amistad no existe otro asunto ni negocio que el de ella misma”. Esta frase apunta a la idea antigua de “Un alma en dos cuerpos” que aparece en todos los tratados clásicos sobre la amistad. Sirva la siguiente anécdota para ilustrarlo. Paseábamos las dos parejas una noche de viernes por un concurrido centro comercial cuando nos vino a los dos la idea de que debíamos pasear tomados de la mano. Esto que aún hoy es raro en este país, hace unos 15 años era muy raro. Y así estudiaríamos a la gente. La Beatrice y Leo, su esposa, nos seguirían. Ambos asumimos esto con una seriedad asombrosa. Y disfrutamos un montón viendo las expresiones de la gente. A nuestras esposas nunca les dio gracia la situación y nunca comprendieron cuánto disfrutamos nosotros nuestra noche. Fue algo completamente de nuestra amistad. Fuimos verdaderamente cómplices.
El mismo Montaigne insiste en que una de las características de la amistad es la de una profunda confianza. La de la capacidad para hablar abiertamente de los problemas. Manuel y yo podíamos pasar mucho tiempo hablando. Revisando y volviendo a revisar episodios y situaciones de nuestras vidas. Ayudándonos mutuamente a entendernos.
Cuenta Irvin D. Yalom, en sus “Memorias de un psiquiatra”, la significación que tuvo para él su amistad con Rollo May. Como Rollo fue una presencia que necesitaba en la indagación de sus profundas angustias en torno a la muerte. Como Rollo fue el padre que necesitó en ese momento. Yo no tengo hermanos varones. Y Manuel fue ese hermano varón que necesité en posiblemente la crisis más profunda de mi vida. La que siguió a mi primer divorcio. Recuerdo que le decía: “¿Y si me vuelvo loco?”. Y Manuel invariablemente me respondía lo mismo: “Los locos comen mierda. ¿Quieres comer mierda? Vamos… Yo te acompaño”.
La vida de Manuel acabó muy pronto en un accidente de tránsito. No pudo ver crecer a su magnífico hijo. La vida es fugaz. A veces apenas un suspiro. Pero hay suspiros, que vividos junto a la persona correcta, son como una larga vida. ¡Salud!, gata salvaje.
Debo felicitarte, @chretien. La lucidez y el ritmo de tú publicación es realmente fascinante. Los complementos literarios que usas, tan válidos, son un marco especial para describir, brillantemente, la amistad que te unió a tú gran amigo Manuel. Una amistad tan, pero tan realmente humana, que terminó siendo graciosamente incomprendida hasta por sus propias esposas. Y, lo más impresionante, es que al contar de su muerte, lo haces con tanta fidelidad a su libertad, que lo conviertes, ese episodio, en una aventura más. Gracias por tu extraordinario escrito. Sin duda, honra perfectamente su amistad eterna.
¡Muy agradecido por tu generoso comentario @palabreador! Realmente disfruté mucho participar en tu concurso.