Pues, déjenme decirles que yo he visto los príncipes y princesas de este momento. Quizá valga decir que en mi primera juventud también soñé con un príncipe azul, no les voy a nombrar ninguno por aquello de la cédula y tal. Pero me río para mis adentros, cuando recuerdo a mi compañera de clases, que volteaba los ojos hacia el cielo y decía "yo quiero uno de pelo en pecho".

Cómo han cambiado los años, aquella vez veíamos a los príncipes en las páginas de las fotonovelas, puro engaño. Aquí entre nos, les cuento: yo escogí entre los más feos con la creencia de que así no los vería más nadie, otro chasco. Mientras más feos más apetecibles.

Pero no me voy a salir del tema. Toca hablar del príncipe o princesa de este siglo XXI, no precisamente mío, pero como afortunadamente aún estoy en la aldea del mundo no puedo evadirme.

Los príncipes se salieron de los cuentos de hadas, por la magia de la tecnología, están en todas partes y se reproducen rápidamente, así que es muy probable que mi descripción haya sido vista por algún lector.

Príncipe del siglo XXI

Puede ser alto, bajito o promedio, eso no es lo importante, sino que cumpla con alguna de estas características:

Posee algo más de 500 palabras en su repertorio lingüístico, incluidas tres en particular, de las denominadas obscenas u ofensivas, estas no afectan a sus interlocutores, todos las repiten, no menos de mil veces, a lo largo del día. Príncipe que se respete tiene que iniciar su diálogo con una de ellas y terminar siempre en "uon".

Fácilmente nos damos cuenta de que son príncipes azules, porque vemos su piel a través de los huecos de sus pantalones, se han ido tiñendo con tatuajes diversos exhibidos con orgullo en sus torsos desnudos, mientras juegan fútbol en improvisadas canchas callejeras.

Las princesas se acercan a verlos patear las pelotas y a lo lejos se puede ver su embeleso, cuando tratan de levantar sus pesadas pestañas, enredadas en el guiño.

El príncipe no pierde tiempo, "meter mano" es su carta de presentación, con dos o tres groserías y gestos burdos aborda a las princesas, cuyas tiesas y brillantes cejas dejan su tinta en la piel del príncipe antes de que él se de cuenta. "No puedo perder este boche" dice él para sus adentros o a gritos para marcar territorio.

Algunas princesas con shores minúsculos y un bebé a horcajadas en su cadera, se recuestan de la pared, comparten la misma chupeta con su niño, mientras ven el partido; un galán se acerca y le arranca la liga del estirado cabello a una de ellas, para recoger el suyo en una cola que se empina sobre la coronilla.

El cabello del príncipe es tema aparte. En algún manual nuevo deben tener escrito la obligación de afeitarse los laterales de la cabeza y la parte trasera desde la nuca hasta diez centímetros de altura, más o menos. El cabello sobrante debe ser rizado y abombado de manera que parezca un árbol de samán. Este estilo es lo que diferencia al príncipe de la princesa, esta debe llevarlo muy largo y extremadamente liso, además debe lucir uñas esculpidas, decoradas, afiladas y ligeramente curvas.

La madre en casa se esmera en la tarea de formar este prototipo: a partir de las once de la mañana comienza a llamar al hijo para que se levanté. "Párate, príncipe, que tienes que limpiar tu cuarto"; a las doce le reitera el llamado con otra demanda que es respondida con un gruñido y la palabreja; a las dos de la tarde, el príncipe cambia de nombre, ahora se llama "muchacho de la grandísima..." se ve que tiene algo de altura, un tipo de alcurnia familiar, él vuelve a responder unas palabrotas, y es jalado por las greñas y obligado a levantarse. Ya le va quedando hecho el peinado que lucirá en la tarde.

Podría seguir hablando de ellos, de su música, de sus bailes, su indolencia en los buses y más, pero creo que no se lo merecen. Ni tan peludos, ni tan pelados, chao con ellos.

Mi contenido es original
Las imágenes traté de diseñarlas en avatoon y xgimp.

@charjaim