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La vida en la ciudad está llena de concreto agrietado y gris. Los centros comerciales ofrecen la novedad de unos maniquíes desnudos que dejan al descubierto la precariedad del momento. Los negocios cerrados muestran la nueva decadencia. Pasillos grises con vigilantes empeñados en echar un líquido pegajoso, que mantienen en dispensadores, con un ligero olor a detergente. Todo podría cambiar de un momento a otro. Ese fin de semana estaba invitada a conocer el llano, su nueva amiga Lucía le había animado a que la acompañara a estarse unos días allá para el cumpleaños de su mamá, ella había aceptado.

Anochecía cuando llegaron. Los hermanos de Lucía las habían buscado en el terminal. Con entusiasmo fue recibida y llevada a un corredor; las personas reían y aupaban a una joven a bailar de nuevo. Cuando su amiga la presentó, un hombre de sombrero le puso en la mano una cerveza, ella lo agradeció: el calor del viaje y lo largo del trayecto le habían provocado hambre, sed y un poco de sueño pero este comenzó a disiparse a medida que las cuerdas de un arpa, con el acompañamiento del cuatro y las maracas creaba un clima sonoro antes había disfrutado.

Una pareja de joroperos hacían rápidos giros en el medio del corredor. Él zapateaba, la mujer con elegancia lo acompañaba con pasos acompasados y adaptados a la música. Ella veía todo con emoción sincera, esto no era cemento, ni concreto, era vida y energía. Sin proponérselo, sentada en su silla, comenzó a mover sus pies, el joven de la cerveza la invitó a bailar, ella se justificó con timidez, estaba cansada por el viaje. Él entendió, pero la verdad era que no sabría cómo bailar eso, pero pensó jubilosa que quizá en esos pocos días que pasaría ahí lo aprendería.

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La imagen es la propuesta por el autor del reto.

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