Gente buena de Steemit: La amiga @solperez y #venezolanossteem nos traen un concurso muy interesante: "Mi tesoro más valioso". Una forma de reflexionar sobre lo que nos importa y nos toca emocionalmente. Si quieren conocer los detalles pueden ir a este enlace.
Saludos y suerte en el concurso.

“Que de a dónde vengo,
Que pa donde voy,
Vengo de la tierra de la dulzura…”
Héctor Lavoe

Imagen de mi archivo personal

Me impresiona que la foto tenga más de cien años. Pienso que debe ser de 1915, no sé por qué, pero me gusta ese año para la fecha de la foto. No tengo ninguna certeza de que ese sea el año, también puede ser 1916, o 1917, incluso un poco más o un poco menos. La razón de la sospecha de que esas puedan ser las fechas en que posiblemente se tomó la foto, están basadas en el hecho de que la niña de la foto (mi abuela Claudia, madre de Elizabeth, mi mamá) nació en 1911, y todo indica que no puede tener menos de dos o tres años pero tampoco más de siete u ocho. La foto debió ser tomada seguramente en la Ciudad Bolívar de esa segunda década del siglo XX.

En la foto nadie ríe, las fotos en aquella Venezuela gomecista eran cosa seria. Desde niño, pienso que me hubiera gustado ver a mis mayores reír en esa foto. De las cuatro mujeres de la foto solo conocí a dos, a mi abuela Claudia y a mi abuela “Moloma” su hermana mayor. “Moloma” era por supuesto mi tía abuela. Las otras dos mujeres de la foto (mi tía abuela Inés, la mayor de las tres hermanas, y mi bisabuela, a quien todos llamaban “Mamalita”) murieron muchísimo antes de que yo naciera.

Mi tía abuela Inés murió en un desafortunado accidente con una lámpara de querosén y una tela demasiado inflamable, en 1937. Tuvo quemaduras tan graves en ese infortunado accidente que falleció. Eso fue en El Tigre, donde Inés trabajaba. Dejaría dos hijos huérfanos, Oscar y Gonzalo. Luego Mamalita tendría que hacerse cargo de estos niños junto a sus otras dos hijas. Uno de los niños (Gonzalo) tenía una discapacidad producto de haber sufrido de poliomielitis cuando era un bebé.

Gallardía y humildad

Aquella tragedia sacudiría emocionalmente a las Guevara. En esa oportunidad, una jovencísima y recién parida Claudia tuvo que viajar al Tigre a enterrar a su hermana mayor Inés, dejando a su pequeña hija Esther con su hermana “Moloma” quien tuvo que hacerse cargo de amamantar no solo a su pequeño hijo Martín, que había nacido a principios de ese 1937, sino también a su sobrina Esther. Quizás por eso mi tía Esther sentía una gran devoción por “Moloma”. Había sido sin duda una madre para aquella niña.

Mi bisabuela “Mamalita” murió en 1955. Era conocida con el nombre de Bárbara. Sin embargo, me cuenta Elizabeth que ese no era su verdadero nombre y que ella nunca supo cuál era ese nombre secreto, que seguramente sería revelado a muy pocos. Aquella matrona había tenido una vida relativamente larga. Había tenido tres hijas: Inés, Ramona (“Moloma”), Claudia y ocho nietos. Para nada una familia numerosa, considerando como eran las cosas en la época.

Pero volvamos a nuestra foto. En ella tres mujeres y una niña posan con una mezcla de gallardía y humildad. Probablemente hubo que ahorrar, puya por puya, moneda por moneda, para poder hacer aquella foto. Una foto que, rota y todo como está, es algo que atesoro con celo. Y si alguien me preguntara de dónde vengo quizás sería suficiente enseñarle aquella foto. Esa es mi génesis, a la energía de esa imagen también pertenezco. En esa puesta en escena, con cortina incluida, está también parte de mi esencia. En ese breve fragmento de eternidad que la foto representa también me veo reflejado cada vez que la tomo en mis manos e incluso cuando veo su versión escaneada en mi teléfono.

Imagen de mi archivo personal

Más que un pedazo de cartulina

Allí también está mi mamá, Elizabeth. Están mi tía Esther y mi tío Ramón. Mí tía Inés, mi tío Martín, Juan Guevara. Y los hijos morochos de Inés: Oscar y Gonzalo. Allí también está mi hermana Marieli y mis primos. Esa foto no solo representa una historia familiar sino también una esencia labrada en el fragor del trabajo y las vicisitudes de una Venezuela semifeudal cundida de malaria y mal de Chagas. En aquellas cuatro mujeres que posan con timidez pero también con orgullo y dignidad está también lo que ha sido un país y una emoción.

A lo mejor esto es un orgullo tonto pero creo que pocos pueden decir, como yo, que tienen en casa un objeto que tenga más de cien años. Cuando pienso en esto no puedo dejar de sentirme afortunado al saber que ese pedazo de cartulina fue lo suficientemente resistente a las inclemencias del tiempo y pudo llegar a mis manos ya ni sé por qué vía. Y sé que gracias a la tecnología y las redes sociales muy probablemente cada cierto tiempo aparezca esa foto por allí dando vueltas en algún teléfono o en alguna computadora. Probablemente alguien pregunte ¿quiénes son estas cuatro personas?, y aunque no esté yo allí para responder, probablemente a lo lejos pensaré: de esas cuatro mujeres vengo yo, y cada vez que alguien vea esa foto verá un fragmento de muchas vidas que anduvieron por ahí.