Venezuela Concurso/ Semana 32/ Inolvidable detalle/ @aplausos

Mi profesión original es la odontología, luego por amor a escribir me hice Licenciada en Comunicación Social y de tanto girar y girar la tierra, llegué al lugar donde siento que siempre debí estar, un salón de clases. He vivido allí momentos ciertamente gloriosos para el alma, porque toda la recompensa ha sido espiritual más que constante y sonante, excepto aquel día, que un obsequio material se hizo memorable.

En el año 2014 luego de tener ya muchos años en la institución me correspondió ser madrina por vez primera de la promoción de Técnicos Superiores Universitarios, me sentí honrada y feliz con la noticia, muchos de mis alumnos de ese entonces significaban algo especial, entre ellos una joven llamada Damaris, física y espiritualmente hermosa, la cual tuvimos que despedir para siempre días antes de entregar su tesis a causa de un cáncer que se la consumió a sus 22 años.

Llegó el día de preparar mi discurso como madrina, tenía dudas si mencionar o no a Damaris, habían transcurrido algunos meses de su fallecimiento y temía entristecerme o entristecer a los muchachos, mas me parecía innoble no mencionarla. Nos encontrábamos en un acto previo a la entrega de títulos donde los graduandos firman el acta, el cual es anterior al evento solemne. Comenzé con mis palabras, tomando una respiración profunda pues no quería llorar, dentro de mi discurso dije lo siguiente: “es la primera vez que me corresponde ser madrina de una promoción, he sido tan privilegiada que entre ellos tuve aun ángel terrenal que se ha convertido en celestial” simplemente, sin mencionar su nombre. Algunos de los jóvenes lloraron, mas la gran mayoría aplaudió la alusión de su compañera ausente.

El día del acto de grado, nos encontrábamos en el Palacios de Eventos de Maracaibo, el maestro de ceremonia dijo lo siguiente: Bracho Montoya, Damaris María, recibe su título Post mortem su mamá, Gloria Montoya, un silencio reinó en el lugar, la señora a quién vi solamente el día del velorio subió pausadamente, con un rostro aun fruncido por el dolor, al bajar se dirigió a mí, me pidió que abriera la mano y puso en la palma un angelito, en forma de prendedor, solo me dijo: “gracias, esto era de Damaris ahora es suyo”. Desconozco si los muchachos le contaron acerca de lo que dije el día de mis palabras, prefiero pensar que es coincidencia y que ella me dejó un inolvidable detalle.