Los secretos de “la purpurina” habitaban en una caja de cartón, apretaba sus labios mientras la cargaba sobre sus hombros, mantenía sus ojos gachos y su tomuza salpicaba destellos de polvo dorado. Su condición removió los sentimientos de una generación de cumaneses, la ubicaron en un lugar especial donde no cabe el olvido. Me dijeron: “Ella toca las puertas de algunas vecinas, para pedir pedacitos de tela”. Y me fui preguntando. En efecto, ciertas damas, como lo fue María Luisa Cordero me corroboró la historia y más aún, en vida, señaló a otras dos damas, la señora Tobías y la mamá de los Badaracco, entre muchas. La familia Cordero Álvarez aún tiene su casa de habitación en el Callejón El Alacrán, sendero de los pasos de purpurina. Y en estos momentos al escribir estas líneas, me encuentro bajo el techo de esta majestuosa casa.