Saludos, estimados compañeros de viaje.

Esta es mi participación en el divertido Venezuela Concurso | Semana 3 | Arepas y Zaperoco, organizado por nuestra querida @marcybetancourt dentro de la comunidad Venezolanos Steem, a quienes deseo el mejor de los éxitos.

Espero sea de su agrado.

Imagen del estadium, con modificaciones, de Wikimedia

Los eternos rivales

En la noche del 3 de diciembre de 2013 Martina y su hija terminaron de adornar el árbol de navidad de su jardín. Quedaron satisfechas por lo hermoso que quedó cuando encendieron las luces. En el porche de la casa, su esposo, sus dos hijos varones, su suegro y su cuñado esperaban ansiosos el inicio del juego entre los eternos rivales del béisbol venezolano: los Leones del Caracas y los Navegantes del Magallanes. En casa de los Mendoza todo estaba preparado para ver el juego juntos: las cervezas en la cava, los pasapalos listos y la abuela y los niños pequeños durmiendo. Era una familia de magallaneros hasta los tuétanos.

Los vecinos de Martina, los Andarcia, también en su porche, andaban en lo mismo, salvo que eran caraquistas. Antes del inicio del juego empezaron a lanzarse “puntas” de una casa a otra. Lo mismo sucedía cada vez que los turcos y los melenudos se enfrentaban en el campo de juego sin que eso afectara la relación vecinal de muchos años.

En la medida en que el juego avanzaba los magallaneros brindaban, aplaudían, gritaban porque su equipo iba ganando. En cada carrera anotada por la nave turca alguno de los Mendoza qritaba hacia la casa de los Andarcia: “¡Una a ceeero!”, “¡Dos a ceeeeero!”, “¡Tres a ceeeeerooo!” Y así sucesivamente hasta el final del juego, agregándole a cada grito movimientos de baile o un gesto provocador con las manos o con los brazos. Mientras tanto, los vecinos caraquistas se mantenían calladitos, aunque molestos; esperaban a que se volteara la tortilla a su favor para desquitarse del chalequeo de los Mendoza.

Fuente en Pixabay

En el estadium José Bernardo Pérez, de Valencia, el homeclub magallanero, se celebraba con gran alboroto que los Navegantes iba ganando 8 a 0 y se oía en el ambiente “¡Arepas!, ¡Arepas!, ¡Arepas!”, de igual modo que en la casa de Martina. Al término del juego, la pizarra quedó 10 a 0, un resultado perfecto: Magallanes hizo “tragar” al Caracas nada más y nada menos que 10 arepas y no precisamente de maíz.

Martina y su gente, con sus respectivas franelas y gorras alegóricas a su equipo, salieron a la calle para jactarse ante los Andarcia por el triunfo logrado, haciendo hincapié en los rellenos con que se comerían las mencionadas arepas. Hasta la cuñada de Martina llevó un plato con varias arepas para aumentar la burla que a cada momento crecía más y más. Los perdedores empezaron a quejarse y a decir que estaba bien, que ya era suficiente, que recordaran que ya era tarde y que se fueran a dormir. Pero los otros querían seguir disfrutando la “victoria de las arepas” y no paraban ni un instante. Estaban tan excitados que cuando los mandaron a dormir se encendieron los ánimos, empezaron las amenazas.

Ambos grupos habían bebido demasiadas cervezas y ya era imposible parar el zaperoco formado por causa del resultado de un juego de béisbol. Lo más asombroso de todo, lo que dio fin al chalequeo, fue el arrebato del más joven de los Andarcia: sigilosamente, regresó adentro de la casa, buscó un bate y fue hasta el arbolito de Navidad del jardín de Martina, tomó 10 bolas que lo adornaban y las bateó como un gran jonronero. Cerró diciendo: “¡Ahí tienen sus diez arepas!”

Fuente en Pixabay

Cuando la policía llegó ambos grupos estaban separados y calladitos. Martina no denunció al hijo de su vecina porque reconoció que ellos se excedieron en la burla. Cada vez que se reúnen ambas familias para celebrar algún acontecimiento este cuento sale a relucir y todos se mueren de la risa.