Ayer necesité un limón para ponerle a mi sancocho. Fui al patio de mi vecina para buscar uno. Cuando le estaba pidiendo permiso al árbol para arrancarlo, el limonero me habló. Me senté a su pie para conversar con él y escucharlo atentamente. Tardó en decir algo, ante lo cual yo me adelanté:

−Oh, hermoso limonero de mi vecina, sentada bajo tu copa abierta, observo tu oscurecido tronco. Pienso en todos los años en que te hemos disfrutado, desde este patio o desde el mío, primero con tu ramas llenas de fragantes flores y luego con tus espléndidas cargas de globitos verdes y amarillos.

−Escucho tus palabras, vecina. Ciertamente, estoy algo envejecido pero, a pesar de ello, sigo sintiendo mi savia subir por mis venas con una fuerza increíble que me permitirá seguir produciendo por largo tiempo lustrosas hojas, agradables flores de azahar y muchos jugosos frutos.

−Y con ellos hemos sido muchas las personas las que nos hemos beneficiado. Para mí cada rama tuya es una mano extendida que los ofrece libremente a todo el que los necesite. Tus manos han traspasado a mi patio y allí te he recibido con amor ya que me regalas tu bondad bajo la forma de hermosos limones.

−Para mí es todo un placer poder hacerlo, amiga mía. Escucho a todos lo que vienen a mí. Los oigo pedir mis frutos y mis hojas para usarlos en recetas culinarias ya sean frescas limonadas, ya en una sopa de pescado o en postres varios. También piden para aliviar muchos problemas de salud como la gripe o para aumentar la acidez del ph corporal.

−Así es, en esta latitud, te has convertido en un árbol cuyos frutos son un tesoro de sanación. En estos tiempos tan difíciles que vivimos todos apuestan a que eres el mejor remedio para fortalecer el sistema inmune y para combatir muchos males de salud. De ahí que todo el mundo ande buscándote, hasta dejarte lánguido algunas veces.

−Sí, por eso cada cierto tiempo he necesitado descanso para regenerarme y poder seguir ayudando. Me reconfortan mucho el regado diario o la lluvia fresca y los mimos de mi dueña, aunque a veces salga rasguñada por mis espinas.

−Tal vez no lo sabes, pero desde hace años he recolectado tus semillas. Las he sembrado y regalado las plantas luego, cuando ya están creciditas. Muchas amigas y vecinas mías están contentas con ver crecer hijos tuyos, querido limonero, en sus patios. En casa de mi madre, en la isla de Margarita, hay uno que llevé pequeñito y ya ha dado frutos. Y eso me da una alegría infinita. Pero te confieso, en casa no tengo ninguno. Tal vez porque tengo tus manos cerca de mí.

−Muchas gracias por tan buen detalle, vecina. Eso representa mucho para mí. Significa que he cumplido con el objetivo que me ha dado Madre Natura. Estar aquí sembrado, ofreciendo mis cargas para que ustedes las usen de diversas maneras, me da muchas satisfacciones. Y cuando ya yo no esté presente, seguramente, muchos de mis hijos continuarán la labor de ayudar a la humanidad, justo como se lo merece.

−Te cuento que cuando empezaste a crecer y a lanzar ramas hacia mi patio, tu dueña me preguntó si era necesario cortarlas. Por supuesto que le respondí que no, porque yo sería también beneficiada con tus frutos. Durante muchos años, además de los que caen desde tus ramas en mi patio, mi hermosa vecina me ha regalado parte de su cosecha. Algunas veces simplemente me lanza limones por el aire y desde casa solo gritamos: “¡Gracias!” ¿No es esa una gran fortuna? Por eso, bajo este verdor con el que hoy me cobijas, quiero agradecerte, grandioso limonero, una vez más, cada gota de tu ácido y fresco néctar que ha llegado a mi ser. En estos tiempos de pandemia, tenerte cerca es una magnífica bendición.

Al regresar a casa, llevaba en mis manos tres bonitos limones que cayeron al suelo mientras nosotros conversábamos.

Todas las fotografías son de mi propiedad,
tomadas con un teléfono Samsung