Con pocas horas para que cierre el concurso organizado por @solperez; me uno al mismo con un relato, que he escrito a partir de la obra ***La vacuna o el prejuicio vencido ***(1807), de Louis-Léopold Boilly:

Comenzó la primavera y todos pensaron que como siempre sería la estación más bella del año y, en principio, fue así, las flores pintaron los campos de vivos colores, los pájaros vestían sus mejores galas y daban serenatas a sus amadas de rama en rama.

Pero extrañamente llegaron unas lloviznas poco comunes en esa época, y se nubló el brillante sol, y una brisa muy fría obligaba a cerrar las ventanas de las casas.

El primer caso fue el hijo del maestro Salvador, se puso muy pálido durante la misa del domingo y hubo que sacarlo desmayado a la plaza y atenderlo de emergencia, sus ojos estaban muy rojos y votaba sangre por la nariz.

Una semana después ya no cabían más niños en la casa del doctor del pueblo, que propuso que acondicionaran la escuela para que todos pudieran ser atendidos.

No muy lejos de la escuela vive Luis, el veterinario del pueblo, que había inventado un pequeño adminículo, una especie de tubo con una aguja cilíndrica con la que podía inyectar medicamentos a los animales y curarlos.
Pero el aseguraba que su inyectadora y sus medicinas podían también ayudar a los humanos a curar cualquier enfermedad.

El alcalde y el cura le prometieron la horca si seguía insistiendo en esa idea diabólica de inyectar cosas a los humanos.

Desde la soledad de su forzado encierro en la habitación, el veterinario veía cómo llegaban cada vez más niños a la escuela y se decía:

-Si no se inyectan pronto comenzarán a morir.

El alcalde tiene a su niño en brazos, arde en fiebre, ha votado mucha sangre por la nariz, su inflamada garganta no lo dejaba comer.

La madre del niño lo tomó en brazos, ve que le queda poco tiempo y por primera vez le da una orden a su marido:

-Manda a buscar al veterinario.

-Claro que no -dijo el alcalde -ese hombre es un hereje.

-Será lo que tú quieras, pero yo me dejaré de perjuicios y lo llevaré hasta su casa -dijo la esposa con mucha firmeza.

-Detengan a esa mujer -dijo el alcalde a los policías.

Pero nadie hizo caso, los policías bajaron sus cabezas y ni obedecieron la orden.

Uno a uno fueron entrando a la casa del veterinario Luis, y al ser inyectados se quedaban dormidos y comenzaban a mejorar.

Ningún niño murió, y desde ese día nadie más en el pueblo tuvo perjuicios sobre las inyecciones.

Fin

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Me gustaría invitar a @albenis, @tocho2 y @dove11 Aquí la información