Era el viaje por carretera más largo que Juan y yo habíamos emprendido. Él, que nunca de detiene en ninguna parte, insistió en que nos paráramos en una pequeña posada donde según le habían dicho que vendían una buena comida. Y no solo resultó buena la comida, sino el vino, que servían allí, hecho por ellos mismos "de los dioses". Además la atención era muy familiar, uno sentía que lo atendían con mucho cariño.

Luego de haber comido fue que me llamó la atención una niña que estaba sentada en el piso, debajo del arco de un largo zaguán, acariciando plácidamente a un perrito en su regazo.

Juan tomaba más rápido que de costumbre, y mojaba horriblemente esa barba que se dejó crecer justo antes de emprender el viaje.

-¿Y quién es esa niña? - le pregunté a la tendera -¿Tu hija?

-No, no es mi hija, aunque es como si lo fuera -me respondió mientras me servía una cerveza.

Luego se sirvió una cerveza y comenzó a hablar:

-Fue una mañana de agosto, ya de eso son casi seis años, pasó por aquí una familia, se veía que eran adinerados, comieron y tomaron mucho vino, y muy decentes, sí, señor, gente de clase, antes irse me dijeron que les buscara otra botella de vino, cuando estuve de regreso solo pude ver la polvareda que dejó su coche, les grité: "La botella de vino". A los pocos minutos fue cuando me percate de la cestica donde dejaron a la niña.

La tendera sacó un pañuelo para limpiar sus lágrimas y luego continuó diciendo:

-Yo traté de averiguar quiénes eran las personas que la dejaron aquí, pero nadie sabía nada, a todo el que pasa por aquí le cuento la historia, a ver si alguien me ayuda a conseguir a sus padres, pero ya me he acostado a ella, y más bien me da miedo que algún día me la quiten.

Ella sabe que yo no soy su mamá, un día se lo conté, y desde ese día dejo de hablar, solo le gusta jugar con ese perrito.

-¿Qué clase de gente puede hacer eso, verdad mi amor? -le pregunté a Juan.

Juan no me contestó nada, como si no me escuchara, luego le dijo al la señora, dándole unas monedas:

-Aquí está el pago, y me trae otra botella de vino.

Cuando la tendera regresó ya se habían ido.

Ella gritó:

-La botella de vino.

Entonces empezó a recordar y a llorar desesperadamente.

La niña, se puso de pie, la haló por las faldas y le dijo:

-No llores.

Fin

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