Aquí estaré siempre, amigo mío.
Crecimos casi como hermanos en este pequeño pueblo de "La esperanza", donde lo único extraordinario que pasaba era el tren una vez por semana; el tren pasaba por el pueblo todos los días, pero solo una vez a la semana se detenía, en "La esperanza". Nuestros padres y abuelos nacieron aquí, agricultores (maíz y pasto para el ganado). Aunque todos tenían su huerto familiar con legumbres, árboles frutales y alguna vaca; la vida era el maíz y el pasto, que se daban muy bien y se vendían a buen precio.
La maestra atendía a todos los alumnos, desde primaria hasta bachillerato, no éramos muchos realmente, pero yo no sé cómo se las arreglaba para atendernos al mismo tiempo, pero lo hacía, y todos los que salimos bachilleres de allí, salimos bien preparados.
Joaquín y yo prometimos irnos lejos: a la capital, para seguir estudiando allá. El objetivo era trabajar, comprarnos un carro, usar ropa bonita y tener muchas novias.

Imagen del post de @solperez
Había un señor llamado Raúl, que era el encargado de la estación, a nosotros nos gustaba jugarle bromas, esconderle el sombrero y asustarlo cuando se quedaba dormido o algo así. Él era un hombre pequeñito y muy simpático, de esos que parece que no se fueran a morir nunca.
Y llegó la edad en que teníamos que tomar la decisión: ¿Quedarse o irse? Yo estaba seguro de mi partida, y pensaba que Joaquín también; pero no fue así, unos minutos antes de partir él se arrepintió:
—Ve tú, hermano —me dijo, con la cabeza gacha —me quedo en "La esperanza", la capital no es para mí.
Yo también estuve a punto de arrepentirme, porque el sueño siempre fue irnos juntos. Pero saqué fuerzas para embarcarme en el tren con destino a la capital, lo que más me dolió fue ver a mi amigo despidiéndome con la mano al aire, y a su lado estaba el señor Raúl.
Me fui y no regresé jamás. Al principio escribía, pero luego que murieron mis padres fui perdiendo contacto con el pueblo; y el día a día de la ciudad me absorvió.
Además, no es fácil para un provinciano abrirse paso en la ciudad, luché, insistí y resulté vencedor, logré mis sueños, e hice una familia en la capital.
El día en que me dijeron en el trabajo que tenía que hacer una inspección en una planta de azúcar de oriente, inmediatamente me di cuenta de que el tren donde viajaría pasaría por "La esperanza", y aunque no se detendría allí, podría ver el pueblo a lo lejos, y hasta sería posible que viera al señor Raúl, y en ese punto lo saludaría:
—Adiós señor Raúl, soy yo.
—Pero que tontería, ya el señor Raúl debe haber muerto, y si por milagro estuviera vivo, ya no me reconocería.
A medida que el tren se acercaba a la estación, mi corazón se aceleraba, todos los recuerdos se me amontonaron de golpe.
Y al fin, con esa lentitud que el viejo tren acariciaba al pasar por la casita que hacía de estación, asomé mi cabeza por la ventana y saludé, como si así detuviera el tiempo por un instante. Pero no estaba el señor Raúl , en su lugar estaba un hombre alto de barba negra, con una mirada larga y triste, que por momentos me miró a los ojos, se tornó feliz de verme, y sacudió su mano al aire, como diciendo:
—Aquí estaré siempre, amigo mío.
Me gustaría invitar a @adeljose, @fjjrg y @cruzamilcar63. Aquí la información
Has escrito un texto impecablemente hermoso. Gracias por estar. Un abrazo.
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Muy bueno, de verdad.
—Aquí estaré siempre, amigo mío. Y seguro así será
Hermoso relato para un corto metraje mi amigo Carlos.
Saludos