Yo tenía poco tiempo de haber llegado a esa Ciudad, y no estaba allí porque quería, sino que ese fue el lugar que me asignaron: "Usted va para Cumaná", me dijeron, y yo me vine, a luchar por mis sueños, con la mirada y la fuerza que se tienen a los veinte años.

Pensé que estaría allí por tres o cinco años, y luego regresaría a la capital; no soportaba el calor, la forma de hablar de la gente, el olor a salitre que se me recostaba en la piel, en la ropa, y me hacía sentir empegostado.

Como mi trabajo era enseñar a volar a los niños, empecé a hacerlo, con el amor y la paciencia que los dioses me enseñaron; y pasaron los días, los meses y los años, y los niños peces fueron aprendiendo a volar poco a poco.

Nos íbamos a la orilla del mar, allí corrían, nadaban y ejecutaban sus acrobacias aéreas.

Los padres esperaban en un local cercano, tomaban y comían amigablemente, el horizonte contemplaba todo, el mar era una mano tendida.

Me fui acostumbrando a Cumaná, y pensé que me quedaría allí para siempre, pero el destino me trajo de nuevo a la capital, y creo que no volveré a vivir allá; entonces siento nostalgia del salitre: escarcha celestial, del calor: música en la piel, del sudor: vino de mi corazón, del habla de la gente: canto de pájaros marinos, de mis alumnos: peces que aprendieron a volar.

Hoy estoy frente a ese mar, en una foto oscura como mis sueños. En una foto que enciende la marea de los años, que aviva las horas abrazando a los amigos lejanos; que canta y baila en la espuma de las cervezas y el mar, que después de todo eran la misma en aquellos tiempos.

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Deseo expresar mi agradecimiento a la comunidad #venezolanossteem, y a sus pilotos @marcybetancourt y @solperez por el invaluable trabajo que realizan en esta plataforma.