SEÑALES Y SENTIDOS (Una experiencia real) by @palabreador

in Motivation Story3 years ago (edited)


Fuente


      Hay cosas en la vida que no nos explicamos nunca, pero suceden. Es decir, son hechos pequeños, mínimos en sí, quizás de poca significación. Solo cuando atinamos a ponerlos uno al lado del otro, a darles ilación, podemos asegurar que cada uno de ellos formó y forma parte de un todo que sí les otorga significación para la vida de cada uno de nosotros. A eso quiero referirme con este relato que he decidido escribir sobre un conjunto de hechos ocurridos durante los días 30 de junio y 1 de julio del año 2000, esta última, fecha en la cual falleció mi padre. Le he llamado “Señales y sentidos”. Les cuento.

SEÑALES Y SENTIDOS


Señal Uno.


      El día 30 de junio, alrededor de las 7 de la noche, le pedí prestado el auto a mi suegra para ir a dar una vuelta a mis padres. Al día siguiente, mi esposa de entonces (cinco años después, nos divorciamos), nuestra hija menor para entonces y yo, teníamos pautado viajar a la Isla de Margarita, ubicada casi frente a la ciudad donde vivíamos. Era un viaje de compras y paseo de dos días. Como era mi costumbre, me gustaba ir donde mis padres antes de viajar a conversar con ellos y pedir su bendición. Esa noche, fui solo. Al llegar, mi madre se encontraba en la cocina haciendo algo que no recuerdo. Mi padre estaba alistándose para comer, cosa que aprovechó ella para invitarme a acompañarlo. Acepté gustoso y me senté a comer con mi padre mientras ella continuaba en sus labores. Mientras comíamos, los tres intercambiamos comentarios sobre cosas diversas. Recuerdo que reímos mucho. Alrededor de una hora después, me despedí de ambos con un abrazo y un beso.

      Entré al vehículo, lo encendí y salí rumbo a casa. Pero, como cosa extraña, a mitad de camino y sin pensarlo dos veces, me devolví a casa de mis padres. Fue una fuerza extraña, un algo inexplicable, que me obligó a voltear el volante, girar y regresar. Al entrar, mi madre se sorprendió de mi presencia. “Hijo, ¿Qué pasó?¿Se te olvidó algo?”, me preguntó. Le dije que no, que sólo me devolví sin saber por qué. Al no ver a mi padre, le pregunté y me respondió que ya se había acostado. Fui a su cuarto y, efectivamente, estaba dormido. Lo vi unos segundos, me volví a despedir de mi madre y entonces sí, tomé el camino a casa. Entregué las llaves del auto a mi suegra y conversamos sobre el viaje. Alrededor de las 9:30, ella se fue.

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Mi madre y mi padre


Señal Dos.


      Mañana del 1 de julio de 2000. A las 5 de la madrugada ya estaba en pie. Mi esposa y la niña, también se levantaron animadas por el viaje. Sin embargo, mi motivación no era la misma. Algo me indisponía para el viaje. Una especie de desinterés se apoderó de mí, al extremo de decirle a mi esposa que no quería ir. Ella, aunque sintió temor de mi actitud, pensó en la niña, quien tenía entonces seis años y estaba muy, muy, entusiasmada. “Sería muy triste para ella, decirle a estas alturas que ya no iremos”, fue su razonamiento, el cual entendí. “Ok, ok, vamos!”, le dije. A las 7:30 de la mañana, la lancha zarpó rumbo a la isla de Margarita.

Señal Tres.


      Luego de llegar a la isla, lo primero que hicimos fue ubicar un hotel y alojarnos. En la isla había decenas de hoteles diversos, por lo que ese asunto no era un problema. Nos alojamos, desempacamos y de inmediato salimos a caminar por sus calles y avenidas más comerciales. Había una buena afluencia de turistas ese día, habida cuenta de que ya estaba por iniciar la temporada de vacaciones escolares. Recorrimos varias tiendas, buscando cosas y precios (el presupuesto tampoco era muy amplio, realmente). A las 12 del mediodía, con hambre, decidimos ir a comer. Entramos en un “Self-service” ubicado en una transversal. Jamás habíamos comido allí, pero me llamaron la atención el colorido y los olores de la comida.

      Entramos, nos otorgaron una mesa, fuimos a servirnos y regresamos a comer. En medio del almuerzo, levanté mi mirada a mi mano derecha y observé a un hombre de edad avanzada, solo, sentado en una mesa contigua. Estaba recostado a la silla, con sus ojos cerrados. Me llamó mucho la atención y, dirigiéndome a mi esposa, le dije, “Mira quien está allí”. Ella, segura de que había visto a algún conocido, cosa que no era difícil, se sorprendió y preguntó, “¿Quién?”. Le hice señas con la mirada y volteó. Encogió los hombros como pidiendo explicación, a lo que yo le respondí, “Me recuerda a mi viejo”. Seguimos comiendo y el hombre continuaba allí. En algún momento, pensé en enviarle un plato con el mesonero, pero luego, por su aspecto limpio y rasurado, pensé que sería alguien cercano, ya conocido por los trabajadores.

      Luego de unos minutos, al terminar de comer, alcé la vista hacia donde estaba sentado aquel hombre y ya no estaba. Se había esfumado, literalmente. Me pareció imposible que se fuera sin que lo viéramos, pero así fue. Pregunté al mesero y respondió igual, “No sé. No lo vi salir”. Pues, si, aquel hombre, sentado allí durante 40 minutos por lo menos, se había desaparecido y nadie lo vio.

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Foto de mi padre


Sentido.


      Después de comer, fuimos al hotel a descansar un poco. Me di un baño y me recosté a reposar. Debí dormir alrededor de una hora. Nos alistamos y volvimos a salir. Todavía quedaba recorrido por las tiendas. Entramos a varias: de ropa, de lencería, de juguetes. Habían transcurrido casi dos horas. En una tienda por departamentos, muy visitada por los turistas, mi esposa compró unas toallas. Estando en el área de caja para pagar, su teléfono celular repicó, ella lo tomó y conversó con alguien. Yo estaba a distancia con la niña, mientras ella cancelaba. Cerró la llamada, me miró, salió de la fila y se dirigió hacia mí con ojos aguados. Me tomó del brazo y en voz muy baja, me dijo, “Era Teresa, mi hermana. No es una buena noticia. Me llamó para decirme que tu papá murió mientras dormía, hace media hora.

Epílogo


      Esta historia es real. Es mi testimonio de aquellas señales que fueron puestas en mi camino aquellos dos días, los últimos de mi padre con vida. ¿Pudieron haber evitado su muerte? ¿Hubieran sido capaces de advertirme sobre algo? No creo. El destino de mi padre estaba marcado para ese día a esa hora. Las señales solo me indicaban lo que su alma y la mía, sin saber, ya presentían, sus últimas horas de vida. Tuve el placer de compartir con él su última cena; tuve el honor de presentir su despedida con una sonrisa, aquel mediodía en medio de mi almuerzo, cuando se presentó en forma de un hombre dormido en la mesa; tuve y tengo la honra de ser hijo de un padre maravilloso, tanto, que fue capaz de indicarme, a fuerza de puro amor, cuándo se despediría de este mundo. He escrito esto, para intentar hacer entender a los demás, que siempre hay un por qué para cada cosa, pequeña o grande, que nos sucede en la vida. Solo hay que estar atento a las señales. Un fuerte abrazo.

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Las fotografías del contenido son de mi archivo personal.


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Amigo querido,palabreador, tu experiencia me conmovió mucho,sobre todo porque soy creyente absolutamente de la trascendencia del Ser.. Tuviste la fortuna de esa gran oportunidad a través de tu amado padre.

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