Héroes muertos: La orquesta de la muerte

in #hechoscriollos6 years ago (edited)

I

¡Cumaná ha caído! Manuel Piar fue derrotado y su ejército aplastado por la Legión Infernal del asturiano maldito, ahora una de las ciudades más antiguas de Venezuela será el nuevo escenario de la coral de la muerte. De aquella Cumaná hermosa solo quedaba el recuerdo, sus calles eran reflejo de la guerra a muerte, su población carecía de esperanza y unos pocos se habían atrevido a escapar rumbo a Maturín, los hombres de Boves empezaban el saqueo, sin embargo, las órdenes del Taita eran estrictas: “Me matan a todos los hombres primero”

Degüellos, desmembramientos, fuego de fusil… la masacre era general y en distintas formas, más de 6000 hombres se habían entregado a la destrucción de aquella ciudad. Con vivas al rey, la sociedad mantuana cumanesa que quedaba había organizado un baile para calmar la voracidad del León de los llanos, Boves aceptó sonriente, pues necesitaba una fiesta después de tan ardua campaña.

—¡Acepto! —Respondió José Tomás mientras se dirigía a instalar su cuartel general, caminaba por aquellas calles donde los cadáveres se empezaban a contar de a cientos y los gritos de dolor y terror opacaban la tranquilidad de aquella ciudad costera.

Había llegado la gran noche del 16 de octubre de aquel año terrible, un baile lleno de miedo se efectuaba en la casa de la familia Andrade; asidua partidaria de la misión del Rey, y es que la mayoría de los asistentes siempre habían sido realistas, salvo algunos emigrados de Caracas. Entre ellos se encontraba un músico pardo de nombre Juan José Landaeta, el mismo que durante los días posteriores al 19 de abril, compusiera y arreglara una canción muy particular, justo como las canciones de cuna, para convertirla en uno de las tantas piezas usadas por los patriotas, una a la que llamaban “La canción de Caracas” y que comenzaba así: ♪Gloria al bravo pueblo que el…♪ y siempre la tropa patriota tarareaba cuando iban en las largas y cansonas marchas.

Aquel salón de la casa de los Andrade resplandecía con largas cortinas terciopelo en sus ventanas, muchas lámparas de velas iluminaban el sitio, las mesas repletas de entradas y en sus centros, ponches con cucharones para que cada quien se sirviera a gusto, las damas llevaban sus largos vestidos, aunque algunos ya pasados de moda pues, la guerra había traído consigo crisis en las economías familiares, los caballeros, algunos uniformados con los ropajes de reglamento del ejército real de tierra y otros, con sus trajes largos y sombreros de copa. En la antesala se encontraban los músicos; bajistas, violinistas, flautistas, un xilofonista y su director, el mismo Juan José Landaeta.

José Tomás Boves y su Capitán Andrés Machado se encontraban viendo el baile sincronizado de las parejas, un vals emanaba de la dirección de aquella orquesta.

—Machado, venga pa´ acá, acérquese pa´ comentarle algo. —Dijo Boves al mulato Machado—. Estos bailes si son fastidiosos y aburridos, definitivamente esta gente de clase no sabe divertirse. —Dijo. Ambos sonrieron, de repente, los ojos verdes de Boves se abrieron, como si hubiese visto un gran tesoro.

—Machado, ¿aquel que dirige la orquesta no es el tal Landaeta? —Preguntó. El mulato Machado se quedó viendo fijamente al hombre, quien lanzaba miradas repentinas y evasivas, se notaba el terror en su rostro.

—Taita, yo creo que sí, ¿ese no es el que hizo la canción esa ridícula que usan los blancos? —Preguntó.

—Claro gran carajo, si, si, ese mismo es. —Respondió Boves. —Machado, avisa a los hombres de afuera que empiecen, ya son como las dos de la mañana y es hora de iluminar Cumaná. —Ordenó. Machado se limitó a obedecer. Boves, muy sutilmente, tomó una copa de cristal y un tenedor de plata y dio varios golpecitos, captando la atención de aquella multitud.

—Buenas noches estimados invitados. —Dijo con gran caballerosidad, la cual rayaba en lo burlesco—, ¿ustedes no saben lo que es una fiesta? Debemos celebrar que los he libertado del pirata Piar y del sanguinario Bermúdez, ahora vamos a bailar de verdad. ¡Director Landaeta! —Boves llamó a Juan José Landaeta, quien cerró los ojos de pánico, había sido descubierto.

—¡Dirija a mis músicos llaneros y tóqueme un Piquirico y anime esta fiesta carajo! —Ordenó a gritos. Los asistentes temblaban de miedo, ya sabían lo que vendría, los músicos llaneros empezaron sin más a tocar aquel recio llanero mientras los hombres de Boves se mezclaban con la élite mantuana y realista de Cumaná. Entre las ventanas de aquel salón, la luz emanada por muchos incendios entraba sin permiso en aquella fiesta, de repente, los gritos en las calles infundieron de pánico aquel circo. El señor de la casa, José Andrade, se acercó al asturiano quien reía a carcajadas.

—¡Comandante Boves! Le exijo que detenga esta locura, somos amantes del Rey y jamás apoyamos esta locura insurgente. —Dijo aquel hombre lleno de pavor. Boves lo vio, dejo de reírse y lo tomó por el cuello.

—Disfrute de la fiesta, a mí me importa una mierda el Rey de España. ¡Yo soy el Rey de Venezuela! —Boves sacó una daga y se la clavó en el corazón matándolo en el acto. Repentinamente, el recio había dejado de sonar, avisando a la soldadesca lo que debían hacer. Los soldados habían empezado la matanza entre gritos y sangre. Landaeta, con la inocencia del artista, soltó la batuta, cogió sus partituras y logró escabullirse en el desorden. Boves no lo perdía de vista.

—Joseíto Pacheco —Dijo Boves mientras cogía una copa llena de un rico coctel, en medio de la matanza, atrápeme al director de la orquesta, lo quiero con vida, me lo trae vivo.

—Como usted ordene mi Taita. —Respondió.

II

Juan José Landaeta intentaba escapar entre el alboroto y el fuego de las calles de Cumaná, pensaba ir a la catedral, pero se dio cuenta que en la misma se daba una carnicería, solo alcanzó ver a lo lejos el cómo unos negros desnudaban en el altar a una dama, la pobre desgraciada era Magdalena Sucre, una niña de apenas 14 años de edad, hermana de un Teniente Coronel llamado Antonio José de Sucre, a quien apodaban “Toñito”.
El músico seguía corriendo y vio como el edificio del cabildo ardía en llamas mientras una muchedumbre de zambos y negros alzaban sus armas en señal de alegría y júbilo, seguía corriendo esquivando la gran cantidad de cuerpos en el suelo cuando, sin darse cuenta, era perseguido por unos hombres, se desvió por un callejón y repentinamente tropezó con el cadáver de una anciana, cayó al suelo, cuando intentó levantarse se encontraba rodeado por los hombres de Joseíto Pacheco.

—Queda detenido por órdenes del Taita. —Dijo mientras era levantado por los demás.

Estando de vuelta en la casa de los Andrade, el pobre Juan José Landaeta fue llevado frente a Boves, veía con terror que el suelo del gran salón era un lago de sangre y cadáveres, al ver la antesala, la mayoría de sus músicos yacían degollados y lanceados, muchos con sus instrumentos en mano.

—Mi estimado Don Juan José Landaeta, vi que se retiró de mi fiesta sin despedirse. —Dijo Boves. —Es usted muy descortés.

—Es usted un monstruo, la mayoría de esas personas eran seguidores del Rey. —Respondió Landaeta.

—Usted es músico, no político, deje los asuntos políticos a los que sabemos de política y guerra. —Replicó el asturiano. —Hoy estoy cansado de sangre, y le perdonaré la vida con una condición: Que apile a sus músicos muertos en el patio de atrás. —Dijo Boves en tono pacífico y conciliador. Landaeta solo se limitó a obedecer, un rayo de esperanza iluminaba sus ojos. Y así, empezó a arrastrar los cuerpos de sus compañeros al patio trasero, apilándolos uno a uno frente a una ceiba, eran casi 30 cuerpos, podría decirse que hizo una especie de paredón humano, entretanto Boves esperaba sentado frente a la ceiba, leyendo las partituras y escritos que Landaeta llevaba consigo al momento de ser capturado. No entendía nada de notas musicales, pero le causaban gracias algunas letras.

Landaeta, exhausto por demás, traía el último de los cuerpos, ya eran las 3 de la mañana, mientras Boves y sus hombres bostezaban del sueño.

—¿Ya terminó Landaeta? —Preguntó el asturiano. Landaeta solo se limitó a responder con un movimiento de cabeza, el jadeo y el cansancio no le permitieron hablar. Boves se levantó con una partitura que había conseguido entre sus hojas, se acercó a Landaeta.

—Usted sabe Landaeta que yo soy un bruto, o así me decían los mantuanos, tengo una duda. ¿Esta partitura es esa que parece una canción de cuna? Me gustaría que me respondiese antes de dejarlo ir. —Preguntó el asturiano.

—Si comandante, esa es. —Respondió con total inocencia.

—Ya veo… —Respondió tajante Boves mientras hacía un gesto a sus hombres. Fueron contra Landaeta y lo arrinconaron en la pila de cadáveres, la cual serviría como paredón. Boves cogió una cabuya, se acercó a Landaeta y se la amarró en la frente, allí metió la partitura*, los hombres de Boves preparaban sus fusiles mientras el comandante cruzaba unas últimas palabras con Landaeta.

—¿Cómo es que suena Landaeta? ♪Gloria al bravo pueblo…♪ —Cantaba Boves mientras todos los hombres empezaban a cantarla, al mismo tiempo que se burlaban. ** Landaeta, ya perdido, empezaba a rezar y encomendarse a Dios, en el fondo, tarareaba sus piezas, sus creaciones, él no era soldado, era solo un músico, un artista que intentaba crear en tiempos infernales, trataba de traer esperanza en medio del desorden.

—¡Fuego! —Ordenó el asturiano mientras unas ráfagas daban en el cansado cuerpo de Landaeta, quien murió en el acto.

«…La ley respetando la virtud y honor…honor… hon…». Fue su último pensamiento antes de la caída final de la batuta de su vida.

Juan Carlos Díaz Quilen

Serie Héroes Muertos

La orquesta de la muerte.

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*Esto obedece a la tradición literaria epopéyica de la gesta magna. José Antonio Calcaño en La ciudad y su música sostiene que esto no ocurrió, pues, difícilmente los hombres de Boves, incluyéndolo a él, podrían saber cuál partitura correspondía a la Canción de Caracas (Hoy Gloria al bravo pueblo). Otro dato importante es que Landaeta se disputaba la autoría de esta pieza con Don Andrés Bello, y su condición de pardo no le era muy ventajosa en esta disputa.

** Licencia de autor

Nota importante: Este relato es de mi absoluta autoría. Puedes acceder a él y otros más pulsando en el siguiente ENLACE "No le hagas caso al robot Cheetah, el no entiende que soy el mismo autor ;)"

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De verdad que este relato me puso los pelos de punta. Boves, el mayor sanguinario de nuestra historia sin duda alguna. Y me imagino al creador de nuestro himno en esas instancias frente a ese monstruo.

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Hay mucho que hablar de nuestro País felicitaciones.

saludos

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